“La enseñanza que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza,
sino de corazón a corazón”
(Howard G. Hendricks)
Y es que, según Martín Seligman, fundador de la Psicología Positiva, hay tres formas de entender nuestro desempeño laboral:
– Un trabajo: como medio de ganar un sueldo.
– Una profesión: como forma de ganar sueldo y prestigio y
– una vocación: un hacer entusiasmado. Desde el corazón.
Así que el maestro, como figura trascendental en nuestro desarrollo, en nuestro futuro y por consiguiente en nuestra vida, debe hacer de su trabajo un compromiso entusiasmado. Tiene la responsabilidad de desarrollar en su pupilo todas las fortalezas que le asisten y por ello, y para ello, debe fomentar la curiosidad, el conocimiento y la sabiduría del alumno.
Abraham Lincoln, decimosexto presidente de los EEUU y uno de los impulsores de la abolición de la esclavitud, dirigió una carta al maestro de su hijo de 4 años en la que le hacía las siguientes peticiones:
“El niño tiene que aprender que no todos los hombres son justos y que no todos los hombres son buenos…. Pero dígale también que para cada villano hay un héroe y que para cada enemigo hay un amigo”.
Otra de sus peticiones tiene que ver con el éxito y el fracaso, dice así:
“Enséñele a perder… Háblele de la envidia y sáquelo de ella… enséñele a maravillarse con los libros, que aprenda con el cielo, las flores, las montañas, los valles”.
“Enséñele a creer en sí mismo. A ser suave con los gentiles y duro con los duros”.
“Enséñele a reír cuando está triste y explíquele que, a veces, los hombres también lloran”.
“Trátele bien pero no le mime”.
“Sé que pido mucho, pero vea lo que puede hacer”.
El maestro tiene la responsabilidad de desarrollar en su pupilo todas las fortalezas que le asisten. Debe fomentar la curiosidad, el conocimiento y la sabiduría del alumno.
Una petición que debe ser extensiva al resto de los mortales y será el maestro quien tiene la responsabilidad de dar respuesta a estas cuestiones: ¿Cómo es ese maestro? ¿Cuáles son o deben ser, las características de ese guía, de ese maestro con mayúscula?
– Ser buen observador; una observación cuidadosa de sus alumnos, de las relaciones que establecen, de las agresiones que se producen, del vocabulario que utilizan. Un observador de conductas y emociones porque cuando un alumno se queja, se pelea o se aísla, algo está ocurriendo.
– Ser el motor, el motivador, para lo cual el propio maestro tiene que estar motivado y entusiasmado. La enseñanza es un arte y, como tal, hay que meterse en el papel, en el rol. Hay que crear y desarrollar la motivación intrínseca, esa que tira de las propias fortalezas, porque la enseñanza que deja huella es la que se hace de corazón a corazón.
– Ser buen lector. Un maestro que no lee utiliza siempre el mismo lenguaje, los mismos recursos, probablemente las mismas reflexiones y los mismos argumentos. Las palabras amplían horizontes, triplican el mundo, son el instrumento más poderoso para llegar al corazón, así que el maestro debe recurrir a la literatura, al cuento, a la metáfora. El “bien decir”, que diría Mahoma.
– Ver a cada alumno como a su propio hijo. Con las mismas necesidades.
El maestro hará ver la relativa importancia que tienen los errores, mostrando los propios porque sólo así puede demostrar cómo no tiene más trascendencia que volver a plantear el problema o solucionar el conflicto.
Una vez aprendida esta lección y estando convencido de que lo suyo no es solamente un trabajo, sino un compromiso, una vocación, ¿cómo presentarse ante el alumno? ¿Cómo moverse en el aula?
1. No permanecer sentado tras la mesa (todo el tiempo, se entiende). El trabajo entusiasmado se hace con dinamismo. Hay que recorrer el aula, hay que “pasear” el aula. Recorrer no significa moverse aceleradamente.
2. El maestro debe mostrarse reflexivo, debe hacer notar que toma el trabajo como algo muy importante, como algo personal. Es, por ello, que debe suscitar alternativas y presentar innovaciones.
3. Debe ser un magnífico conversador, saber y compartir, sorprender, llenar el aula de debates, de ideas de interrogantes, de desafíos.
4. Debe mostrar entusiasmo y expectativas positivas acerca de la importancia, la trascendental importancia de aprender y saber.
5. Debe aceptar los propios errores. Vivimos en una sociedad donde el error se identifica como incapacidad o fracaso. El maestro hará ver la relativa importancia que tienen los errores, mostrando los propios cuando sea necesario, porque sólo así puede demostrar cómo no tiene más trascendencia que volver a plantear el problema o solucionar el conflicto. El error como una alarma para considerar el tema de nuevo y avanzar, quizá desde otro punto de partida.
6. Apariencia, imagen. El maestro tiene mucha influencia en sus alumnos y el descuido personal, nos guste o no, habla del respeto por uno mismo. La imagen es muy importante. Las investigaciones demuestran que una persona “agraciada”, “arreglada” es más creíble y tiene mayor poder de convicción. Si una boda o cualquier evento social requiere una presentación cuidada debe entenderse que presentarse ante los alumnos merece el mismo trato.
Un maestro entusiasmado es un maestro que puede cambiar el rumbo de aquellos alumnos que se muestran más torpes, más díscolos o más descarriados.
Los resultados extraordinarios son producto de un buen hacer.