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martes 16, abril 2024

El desarrollo de la maldad

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“La maldad usa muchas máscaras, la más peligrosa es la máscara de la virtud”
(Johnny Deep)

¿Qué hace que una persona buena actúe con maldad? ¿Cómo se puede seducir a una persona para que actúe contra los principios que siempre ha defendido? ¿Dónde se sitúa la línea entre el bien y el mal?

A eso se refiere el Efecto Lucifer, término que se utiliza en el ámbito de la Psicología referido a la transformación que puede sufrir una persona normal hacia la maldad.

¿Cuáles son las condiciones facilitadoras del proceso?

Son, al menos, cinco las circunstancias que actúan como desencadenantes y permiten ese proceso transformador:

– El Ejercicio de una autoridad excesiva
– El beneplácito de la pasividad ante la injusticia, el mirar hacia otro lado.
– Cuando se agrede, insulta o denigra a otros sin razón alguna, simplemente para ser aceptados por un grupo.
– Cuando se deshumaniza a los demás por ser diferentes: más pobres, de otra raza, de otra religión.
– Cuando se cae en la tentación de emitir juicios malintencionados, malvados y degradantes contra alguien.

Y sorprende cómo el desarrollo del mal, al amparo de esos desencadenantes, se asienta con rapidez en la mente humana. Procede, llegados a este punto, plantear los siguientes interrogantes: ¿es debido a la personalidad de los sujetos? ¿Es debido a las circunstancias?

Dos magníficos experimentos arrojan luz ante estos interrogantes. Tienen que ver con las razones expuestas: el ejercicio de la autoridad y la obediencia a la autoridad.

Sorprende cómo el desarrollo del mal, al amparo de determinados desencadenantes, se asienta con rapidez en la mente humana.

El psicólogo Stanley Milgran (1961) de la Universidad de Yale comenzó a preguntarse y a plantearse si cualquier sujeto sería capaz de torturar y asesinar obedeciendo órdenes. Partió del comportamiento en campos de concentración.

Y para obtener respuestas desarrolló un experimento: mediante un anuncio en el periódico se pidieron voluntarios a los que se les pagaba, pero no se les dijo la verdad (o finalidad del experimento) sino que se trataba de un estudio sobre aprendizaje y memoria.

Los voluntarios eran personas entre 25 y 50 años, de todo tipo de educación y diversas profesiones.

El experimento se organizaba en torno a tres figuras:
– El investigador, que además de diseñar el experimento permanecía presente en el desarrollo del mismo en calidad de líder, de autoridad. Sentado junto al maestro.
– El maestro, voluntario captado por el anuncio.
– El alumno. Cómplice del investigador.

El experimento se desarrollaba de la siguiente forma: se ponían unas cuestiones al alumno, cuando su respuesta era acertada se continuaba sin más, cuando cometía un fallo se le proporcionaba una descarga eléctrica que iba en aumento. El encargado de proporcionar la descarga era el maestro.

Para comenzar el maestro recibía una descarga de 45 voltios para que fuera consciente de las molestias o el dolor que las descargas podían producir.

Se arrancaba el experimento en la hipótesis de que la mayoría de los maestros no administrarían descargas superiores a 140 voltios.
Bien, a partir de 100/120 el alumno comenzaba a quejarse, experimentaba dolor y pedía parar el experimento, incluso diciendo que tenía problemas de corazón.

Entonces el maestro, al menos algunos, se preguntaba qué debía de hacer e interrogaba al investigador, a la autoridad, que le respondía que tenía que continuar.

Algunos maestros abandonaron y un dato curioso: abandonaban más fácilmente si la víctima (el alumno) pertenecía a su contexto social o a un contexto similar al suyo.

Pero, aun así, ninguno abandonó antes de los 300 voltios. El máximo era administrar 350.

Y ninguno de los que abandonó acudió al cuarto donde estaba el alumno a preocuparse por cómo se sentía o a interesarse por su salud.

Las descargas no se producían en realidad, pero el maestro no lo sabía, el alumno (cómplice como he dicho anteriormente del investigador) fingía el sufrimiento y la petición de detener el experimento porque estaba en peligro su salud.

Y la conclusión es que la obediencia tiene buena prensa. Se consideraba, o quizás se considera, según intereses, una virtud y la desobediencia un vicio. La historia de la humanidad comenzó con un acto de desobediencia.

Y en esa “obediencia ciega” se han cometido más atrocidades que en nombre de la rebelión. Lo mejor y lo peor de la naturaleza humana puede mostrarse manipulando ciertos aspectos del entorno social.

Se han hecho muchos experimentos para estudiar el tema y todos apuntan en la misma dirección.

Las personas nacen con la capacidad de ser buenas o malas, luego todo eso se desarrollará en una u otra dirección según las circunstancias.

En el año 1971 Philip Zimbardo, catedrático de Psicología de la Universidad de Stanford, realizó el experimento de “la cárcel”.

De igual forma, mediante un anuncio, se solicitaron voluntarios a los que se pagaba. Se hicieron dos grupos, unos estaban destinados a ser carceleros (guardianes) y otros prisioneros.

A los prisioneros se les dio ropa de prisionero, se les asignó un número y una celda. A los guardianes se les dio un elegante uniforme, esposas y gafas de sol que debían llevar puestas todo el tiempo. Se les concedió autoridad. Todos eran estudiantes universitarios.

El experimento estaba pensado para dos semanas y tuvo que ser suspendido el sexto día porque los guardianes llegaron a comportarse de una forma totalmente inhumana. Insultaban a los prisioneros, les vejaban y les ordenaban tareas humillantes.

Las conclusiones de Zimbardo son las siguientes:
– Si pones manzanas buenas en el lugar equivocado, en un mal lugar, obtendrás manzanas podridas.
– La línea entre el bien y el mal es difusa y casi cualquiera puede cruzarla cuando es presionado por las circunstancias.
– Los uniformes suman a la gente en el anonimato y así se sienten más libres de cometer atropellos (de ahí que les proporcionaran gafas que habían de llevar de forma permanente).

Y es que según Zimbardo cuando estás en una situación nueva, de crisis, o de presión intensa, la personalidad y la moral se separan y se desarrollan los siguientes procesos: deshumanización, obediencia ciega a la autoridad, conformidad con el grupo imperante y tolerancia al mal.

Se plantea, por ello, el siguiente interrogante: ¿El hombre es bueno o malo por naturaleza?

Según el autor del experimento, las personas nacen con la capacidad de ser buenas o malas, afectuosas o indiferentes, villanos o héroes y luego todo eso se desarrollará en una u otra dirección según las circunstancias.

A raíz de estas investigaciones, reflexión y conocimiento de los hechos históricos que cada cual saque sus propias conclusiones.

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