Por ejemplo en Cortes (Salas) una mujer embarazada por el tiempo de las cerezas sintió ganas de comerlas, pero no pudo y la hija nació con una mancha en forma de dos cerezas entre la nariz y las cejas, mancha que se volvía más encarnada cuando llegaba el tiempo de esta fruta. En otros casos se habla de manchas en forma de jamón, hígado o de otras frutas. Pero esta creencia también la encontramos en otros lugares de Europa. Así, Ambroise Paré (1509-1590) cirujano y médico de varios reyes escribió en 1575 su tratado “De monstruos y prodigios” y dedicaba todo un capítulo a este tema, dándolo como algo verídico y comprobado. Este autor creía que la imaginación tenía “tanto poder sobre el semen y la procreación” e insiste: “es preciso que las mujeres a la hora de concebir o cuando el niño no está formado aún no miren ni imaginen cosas…”
Para sustentar tal teoría recurre a antiguas historias, una de ellas, de carácter bíblico cuenta como Jacob plantó varas de diversos colores, en el abrevadero para que las viesen las cabras y las ovejas y así pariesen crías de diferentes tonalidades. Cita también autores clásicos como Damasceno que “testifica haber visto a una joven tan peluda como un oso “debido a que durante el parto su madre veía una imagen de San Juan el Bautista cubierta de pieles”. (Probablemente se trataba de un caso de hirsutismo). También comenta como Hipócrates salvó a una princesa acusada de adulterio que había dado a luz un niño “tan negro como un moro” mientras que ella y su esposo tenían la piel blanca. Esto se explicaba porque en el lecho había una pintura de un moro en la pared. Y también cita el caso contrario, citado por Heliodoro, en el que Persina, reina de Etiopía y su marido Hydustes, tuvieron una hija blanca porque cuando yacían en el lecho había una representación de Andrómeda en la habitación. Cita también que en 1517 en la parroquia de Bois-le-Roy nació un niño con cara de rana que fue reconocido por médicos, cirujanos y eruditos locales. El origen de tal monstruosidad se debía a que la madre para aplacar las fiebres, y por consejo de una vecina, cogió una rana y la apretó hasta que muriese, para así librarse mágicamente de la enfermedad, todavía con el batracio en la mano se acostó con su marido y de ahí el prodigioso nacimiento. No es extraño, pues, que en Asturies existan tradiciones y leyendas similares al respecto.