Parece que es cierto, por fin. Después de un invierno crudo como no se recuerda aparecen los primeros síntomas de que la climatología decide darnos un respiro. ¿Será cierto o todavía nos aguarda un abril bien pasado por agua, como manda el refranero?
Hemos comenzado 2010 con el menor número de horas de sol en veinte años y un nivel de precipitaciones de los más elevados en el mismo periodo. Oscuridad, vientos que llegaron a alcanzar los 200 kilómetros hora, y mucha agua, que dadas las fechas vino en forma de nieve, y que ha dejado nuestros embalses bien surtidos, rozando el cien por cien de su capacidad. Ésa ha sido la tónica de un invierno que nos ha hecho avanzar por el calendario sorteando temporales y alertas; un invierno que si bien no ha tenido consecuencias tan catastróficas como en otros lugares de España y de Europa, como poco ha puesto a prueba el ánimo de los asturianos.
Pero siempre llega la primavera. Es así y así seguirá siendo en tanto el cambio climático no nos reorganice las estaciones. Siempre, detrás de los encierros invernales, detrás de la retención y de esa maravillosa y recalcitrante humedad que tan verde mantiene Asturias, regresa el sol templado, los cielos azules y los prados llenos de botones amarillos. Todo recién nacido y brillante. Asturias para estrenar, con la cara lavada, llena de luz y de aromas nuevos. Y es una suerte que sea así, porque es precisamente la esperanza de que todo gire y cambie y se renueve, la que nos hace pasar por las zonas más grises del calendario manteniendo el ánimo.
Porque eso hemos hecho, mantener el ánimo. ¿O no? A los rigores propios de la estación se sumaron los que impone la situación económica. Y es que todo se nota. La crisis es del empleo, del consumo, del gasto, de la inversión, pero también lo es del ánimo, de la confianza, del empuje y del atrevimiento. Primero lo uno y luego lo otro. O todo a la vez.
Y eso, en un invierno lento y pesado como ha sido éste, pasa factura.
Alguien habrá que piense si ésta va a ser una arenga desbordada de optimismo, una de ésas que pretenden inflar las velas a base de soplidos y buena intención. Pues miren ustedes: la verdad es que sí. Primero, porque nos merecemos un respiro. Segundo, porque creemos que eso que unos llaman optimismo con cierto tono peyorativo, es mejor que el pesimismo ceniciento: la positividad es sana. Y tercero, porque cuando el viento escasea, no hay que despreciar ningún soplido por humilde que sea.
De modo que concedámonos una pequeña tregua. La primavera es una inyección de ánimo. Y aunque entendemos que esa especie de alegría interior que nos producen pequeñas cosas, como ver que regresan las prímulas o que los parques se llenan de niños, no va a resolver ni los grandes problemas macroeconómicos ni los quebraderos de cabeza que se viven en cada casa, al menos sí nos calman el espíritu, que no es poco, ni debe ser desdeñado. Es más: diríamos que es el privilegio de Asturias, donde lo natural, se parta de donde se parta, está a tiro de piedra.
Y eso, además de ser un lujo, es gratis.
Animo a todos.