Cada vez tenemos menos habitantes, y cada vez están más concentrados en las mismas áreas. Es una tendencia que, lejos de variar, se hará más pronunciada en la próxima década, según anuncian las estadísticas y los que se dedican a estudiarlas y a elaborar pronósticos.
Menos población es igual a menos cotizantes. La advertencia está clara: se adivina en el horizonte una crisis del modelo social vigente, el llamado Estado de Bienestar. Es decir, se pondrán en peligro las garantías sociales que hoy consideramos básicas, y que tienen que ver especialmente con la asistencia sanitaria y las pensiones, entre otras cosas. Las cuentas, dicen, no engañan: una menor población activa tendrá que sostener a una población cada vez más envejecida, muy dependiente de los recursos públicos. Dos más dos.
Sería un error abordar el tema como un problema de Asturias cuando se trata de una cuestión que tiene que ver con la globalidad. Es decir, la caída, igual que la salida, será conjunta. Cierto es que en nuestra región tiene unas características particulares, matizadas por ese envejecimiento poblacional del que llevamos años oyendo hablar y que es más grave que en otras comunidades. Un envejecimiento que se ha resistido a ceder aún en épocas de mejores perspectivas económicas, y que además ha sido inmune a las escasas políticas para reactivar a los concejos más castigados. Con todo, los recortes en gasto social son una tónica en todo el mundo, y especialmente en Europa, tradicional abanderada de la figura del Estado protector que ha tirado por el camino más corto para controlar el déficit en época de vacas flacas: a falta de más ingresos hay que reducir gastos. Sencilla solución.
Ante este panorama, resulta ilógico que los dirigentes, especialmente en esta región, no atiendan a los pronósticos de manera más rigurosa y no acaben de poner alternativas dentro del alcance de lo más cercano. Ante un panorama global de pérdida de derechos sociales de gran calado y consecuencias, parece necesario hacer más sólidos nuestros puntos fuertes. La Asturias urbana no ha crecido aisladamente, sino sostenida, alentada, alimentada por la parte rural. No hay quien, a nivel individual o familiar, no tenga un lazo fuera de la ciudad. Un lugar que es a la vez origen y retorno. La casa de la infancia, el lugar de las reuniones familiares, el sitio al que regresar y que se identifica con las raíces.
Todas las sociedades tienen características que las definen. Nosotros sabemos que el vínculo con nuestro entorno rural, con la naturaleza, con los productos del campo, es fundamental para mantener nuestra particular idiosincrasia en un siglo XXI que ha comenzado convulso y difícil. Si dejamos que se pierda será difícil que podamos navegar sin desorientarnos por las galernas que vienen. Por eso es fundamental que tanto a nivel de política regional como a escala individual, se mantenga la conciencia de que Asturias es una, campo y ciudad, y que una parte no está completa sin la otra, y en la combinación de progreso y raíces está la clave de nuestro avance y de nuestra personalidad.
Y más en un momento en que las dificultades económicas ponen en peligro la sociedad conocida y por la que hemos luchado, y será necesaria una base social fuerte, una red que sostenga lo que pueda fallar. El desarraigo no ayudará. El progreso no puede dejar de lado lo rural, clave de nuestra calidad de vida.