Durante el pasado mes el mundo vivió pendiente de lo que sucedía en la central nuclear de Fukushima. Y todavía seguimos, porque aún no está nada claro que la situación esté bajo control.
Es muy posible que en el mejor de los casos –es decir, que lo peor no haya llegado a suceder- todavía oigamos hablar durante largo tiempo de las consecuencias de este desastre.
Asturias, como el resto del mundo, miró hacia Japón. Tuvimos la evidencia una vez más de que el planeta es uno para todos, y que al margen de decisiones políticas, gobiernos, fronteras, razas o culturas, finalmente todos vivimos en la misma casa para lo bueno y lo malo.
Todo el desastre sucedido al otro lado del mundo ha dejado temas sobre la mesa. Se debe retomar con fuerzas renovadas un debate que nunca ha terminado sobre la conveniencia de depositar o no nuestra confianza en fuentes energéticas como las nucleares, relativamente seguras en circunstancias normales pero que desbordan cualquier previsión ante sucesos extraordinarios, como ha sido este caso. Y tratándose de lo nuclear, si sobreviene el desastre no hay segundas oportunidades, de modo que más vale que no nos equivoquemos en las decisiones.
Dicen que actualmente es difícil prescindir de las centrales nucleares porque ya consumimos demasiado como para renunciar a ellas, y las previsiones son al alza. ¿De dónde vamos a sacar la energía que necesita un planeta tan densamente poblado para poder continuar su ritmo de desarrollo en las próximas décadas? El panorama no es bueno. Las energías fósiles se agotan, las renovables no bastan y la nuclear no es controlable más que en condiciones óptimas. Y nadie está capacitado para asegurar tanta estabilidad en un mundo en transformación constante y que además afronta un cambio climático de consecuencias –no se ofendan los expertos en la cuestión- imposibles de predecir. ¿Qué hacemos entonces?
Este asunto va resultar clave en los próximos tiempos. Por eso debe ser reflexionado en profundidad, velando por los intereses globales y sin anteponer los criterios económicos a los intereses humanos. Quizá sea demasiado pedir para una clase política que suele tener miras cortas, en cualquier caso es un debate que sobrepasa este espacio y no es lugar para mantenerlo.
Asturias estudia sus apuestas. Rompe una lanza a favor de la continuidad del carbón, que acapara más de la mitad de nuestro consumo de energía primaria, seguido del petróleo y el gas natural; la hidráulica y las renovables son prácticamente testimoniales. Se investiga no obstante, sabiendo que es necesario encontrar alternativas y se trata de potenciar la eficiencia energética, conscientes de que es imprescindible que se produzca inmediatamente un cambio de conducta del consumo.
Y es ahí, en las conductas, donde podemos actuar ya sin esperar por las políticas de las administraciones ni los recortes impuestos a golpe de decreto, ni siquiera los avances positivos en investigación. Ahí es donde sí tenemos un papel activo e inmediato. Los ciudadanos tenemos que demostrar cordura y tomar las riendas de lo que nos corresponde, a saber: hacer una demostración de responsabilidad y conciencia global. Por si teníamos dudas los ciudadanos japoneses nos ofrecieron la lección: ante la amenaza de cortes de suministro, respondieron reduciendo por propia iniciativa los consumos individuales para beneficiar al conjunto. Y por supuesto funcionó. Debemos enseñar a los gestores y políticos que comprendemos el valor de la energía y el privilegio que supone poder utilizarla, reduciendo drásticamente el consumo exagerado al que tenemos acceso por el hecho de estar en el lado “desarrollado”. El actual modelo basado en “si puedo pagarlo, lo consumo” es un despropósito. El ahorro no debe ser una medida temporal y excepcional de las muchas que se toman en tiempo de vacas flacas y porque no nos queda otra. El ahorro es la actitud coherente del que comprende que todos vivimos bajo el mismo techo y que si la fuente se agota tendremos sed todos.
Nosotros, desde este rincón del mundo que es Asturias, podemos ser ejemplo de todo ello.
Mientras tanto, puxa Japón. Animo y adelante.