Bajo su batuta nacieron primero Seliquín y luego Xentiquina, dos coros infantiles con repertorio en asturiano, que dotaron a los niños de una herramienta para el aprendizaje de la lengua. Ahora Fonseca se jubila y pone fin a este trabajo que ha marcado a varias generaciones de estudiantes en los últimos veinticinco años.
Nacho Fonseca habla de “sus críos” con absoluto cariño, pero también es bastante rotundo al cerrar una época de su vida: Xentiquina se acaba junto con su vida laboral, y ahora va a tener tiempo para muchas otras cosas. Para viajar -”quiero salir a conocer otros lugares, pero también recorrer Asturias, que hay muchos concejos que no conozco en profundidad”-; para escribir -”me ilusiona, porque soy un escritor tardío, pero tuve la enorme satisfacción de ganar algún premio literario últimamente”; o para seguir trabajando en la música, su gran pasión. Además de sus trabajos con los niños tiene tres discos editados con su hija Esther Fonseca. Con el último ganó el premio a la mejor canción asturiana en los Premios de la Música de la SGAE.
-Hay tres cosas que marcan su trayectoria profesional: la enseñanza, la música y la lengua asturiana. ¿Cómo comenzó todo?
-Mi trabajo en este sentido empezó con la llegada del asturiano al mundo de la enseñanza, en mi caso a la educación primaria. No teníamos materiales pedagógicos, y pensé que podía ser interesante tener canciones infantiles adecuadas a esa edad, como un recurso para el aprendizaje de la lengua.
-¿Cuántos años lleva con este trabajo?
-Hace veinticinco años en Porrúa, yo tenía diecisiete críos en el colegio. Empezamos haciendo canciones para trabajar en clase, y un Día de las Letras Asturianas hubo una reunión de escolares de distintos colegios y allá fuimos, yo con la guitarra y los críos cantando. Por entonces era Presidente del Principado Pedro de Silva, que después de la actuación vino a felicitarnos y a interesarse por lo que estábamos haciendo. También estaba por allí Lisardo Lombardía, que en aquel momento estaba en la Fonográfica Asturiana, y pensó en hacer un disco. Era en el año 86, sólo había un estudio de grabación en Asturias, y grabar un disco era muy difícil para cualquiera, más para críos de un colegio rural. Pero ahí empezó todo: aquel disco, que se llamó Seliquín, tuvo una gran repercusión, ya no sólo como material didáctico sino que la propia sociedad asturiana lo acogió con mucho cariño.
-Luego se trasladó a Lieres, donde creó el coro Xentiquina. ¿De qué manera le ha marcado esta experiencia?
-Fue una experiencia muy interesante. Yo dediqué muchas horas de mi tiempo, pero a cambio tuve la constancia y la colaboración de los críos, que ensayaban hasta en los recreos. Y también creo que tuvo una labor normalizadora del asturiano, sobre todo en las primeras edades. Por encima de que las canciones hayan tenido más o menos calidad, que eso sería secundario.
-Efectivamente, la mayor parte de ese repertorio es de su autoría. ¿Cómo son estos trabajos?
-Si hay un sustativo que defina estas canciones es la sencillez. Están hechas intencionadamente así: no son canciones pensadas para los niños cantores de Viena, sino para que un niño normal de ocho años pueda cantarlas, porque además tratan temas próximos al mundo de los críos. Y sobre todo he buscado siempre la aplicación didáctica, conseguir un material pedagógico que se pudiese usar en cualquier colegio, sin necesidad de virtuosismos de tipo musical.
-Con su jubilación se acaba Xentiquina. ¿No había nadie que tomase el relevo?
-Xentiquina llegó hasta aquí. Tuve propuestas, que agradezco mucho, de seguir aunque estuviese jubilado. Pero yo creo que todas las cosas tienen un principio y un final, y es mejor retirarse con cierta salud antes de que nos echen a tomatazos. Además, yo no me considero propietario de la criatura. Estoy deseando, y lo digo sinceramente, que surja otro proyecto tanto o más guapo que Xentiquina. Pienso que vendrá otra persona no a hacer lo mismo, pero sí a seguir en esa línea, con otro planteamiento más enriquecedor.