Más allá del clásico culín escanciado con arte, la sidra es una bebida de repercusión internacional, que se consume en todo el mundo en múltiples formatos. Aún siendo un recurso gastronómico consolidado en la región, tiene opciones para sorprender.
Es una de nuestras caras más visibles: la sidra volando por los aires hasta romper en un vaso grande, el campanu, adquiriendo un sabor difícilmente comparable a cualquier cosa. No hay turista que no pase en algún momento por una sidrería o un chigre, y los autóctonos se animan a descorchar unas botellas a la menor celebración. Sin embargo, la sidra es mucho más, y se consume en todo el mundo de diferentes maneras.
En Asturias, región sidrera por excelencia, muchos lagareros han empezado ya a comercializar esta bebida con formatos sorprendentes. Sólo hay que comprobar la enorme variedad de sidras asturianas de copa que se pueden encontrar con etiqueta asturiana: desde la achampanada, más clásica, hasta la vanguardista “sidra de hielo”. También hay sidras de mesa, que pueden perfectamente sustituir al vino en el aperitivo o la comida, sidra dulce (sin alcohol), sangría de sidra o aguardientes de sidra. Echando un vistazo a la producción regional destaca especialmente la sidra en botellines de 33 cl. pensadas para el consumo individual. Es un formato extraño para los asturianos, pero que sin embargo se produce aquí para su exportación a otros países, donde acostumbran a consumirla así.
Además, el uso de la sidra en la cocina está cada vez más extendido: más allá del clásico chorizo a la sidra muchos platos introducen la nota del sabor de la manzana y son muy valorados en las cartas de restaurantes por toda la región. Es una muestra de la madurez de un producto que es signo de identidad por derecho propio, pero al que le queda aún mucho recorrido. En ello trabajan los lagareros regionales, sorprendiendo año tras año con sus catálogos y desafiando a los paladares más exigentes.