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domingo 24, noviembre 2024

Marcos Tamargo. La pintura de un viaje interior

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Dice que tendrá ochenta años y seguirá aprendiendo a pintar. Empezó a manejar los pinceles a los once y desde ese momento el arte ha sido como un hilo conductor con el que ha ido dibujando sobre el lienzo lo que ahora es su vida.

Marcos Tamargo. Pintor Marcos Tamargo sonríe sin parar, se nota que está a gusto con lo que hace.
Da las gracias una y otra vez en los mensajes, en la conversación, y sorprende saber que al otro lado está ese pintor de fama internacional de cuyas manos salieron durante cinco años, los retratos de los galardonados con los Premios Príncipe de Asturias. También los cuadros que están colgados en las paredes del CERN, en la Hispanic Society de Nueva York, en ministerios o en casas de coleccionistas privados que saben que tener una obra de Marcos Tamargo es algo más que un valor seguro. Es un trocito de vida traducido al lenguaje del arte.

-¿En qué momento creativo se encuentra?
-Estudié empresariales y tras hacer el Erasmus en Inglaterra me fui a Nueva York a seguir estudiando arte y allí viví un primer punto de inflexión. Después empecé a crecer profesionalmente y me moví por Miami o Kenia donde tuve el segundo punto de inflexión y, este último año, estoy más en España. Justamente este segundo punto de inflexión es el que marca la serie que estoy haciendo ahora, que se llama «Anábasis». Tiene que ver con el ascenso de mis viajes, con juntar todo: Estados Unidos, África, España, Alemania, Inglaterra y plasmar lo que me aportan los viajes. Hasta hace un tiempo, siempre había pintado por amor a distintas cosas y ahora me encuentro en una etapa más crítica a nivel social, desde mi punto de vista también creo que es obligación del pintor plasmar sus días y las justicias o injusticias que ve. La verdad es que son dos inspiraciones completamente diferentes pero lo veo todo con un nexo. La pintura tiene que evolucionar, poco a poco y paso a paso intento ir creciendo y avanzando a nivel profesional y a nivel personal. Creo que uno no se puede quedar estancado nunca, tienes que sacar lo mejor de ti mismo en la pintura o en lo que sea.
-Ha pasado de vivir en Nueva York a irse a África. ¿Qué le ha aportado el continente africano?
-Previamente viví en Asturias, Inglaterra y Nueva York y, aunque me encantan los tres sitios, sobre todo Asturias, es cierto que hay mucha nube y mucha tristeza. Mi primera etapa en Nueva York fue dura y de ahí salieron pinturas más oscuras y lo que aportó Kenia, fue luz a mi paleta. Hace casi tres años que fui y, a partir de ahí, los ocres, los amarillos inundaron mis cuadros.
También son muy importantes las personas, y las que conocí en Kenia influyeron mucho en mi obra, al igual que lo hicieron las mujeres. No sólo hablo de relaciones sino de mi abuela, de mi madre, de mi hermana y en Kenia todo ha sido posible gracias a Catherine Lieman, una coleccionista francesa que me brindó la oportunidad de poder viajar hasta allí. Ella es la propietaria de la galería Gazzambo y fui el primer artista no africano en exponer en ella.

«La parte bonita de mi obra es que cada uno te dé su significado. Escucho a todos porque aportan algo nuevo»

-En sus cuadros mezcla la pintura con materiales vivos como la madera, el serrín, la hierba… ¿Qué aportan estos materiales a su obra?
-Me gusta establecer nexos. Muchas veces cojo materia del punto de partida, por ejemplo Asturias, y pinto el lugar de destino, por ejemplo Kenia. Es unir los dos puntos. Siempre he encontrado paralelismos entre los distintos lugares en los que estuve, aunque sean culturas completamente distintas. Creo que hay valores y cosas en común. Me acuerdo de que hace tiempo hice series comparando lo que sería el norte de Estados Unidos y el norte de España y ahora, también encuentro paralelismos, entre la gente de Kenia y la gente de aquí como por ejemplo la amabilidad y en entender que a todos nos mueven las mismas cosas.
-Ha comentado que sus lienzos son obras inacabadas y que por eso le gusta que el público vea sus cuadros y saque sus conclusiones. ¿Cuál es la parte activa del espectador que se acerca a conocer su obra?
-Al 80% de las personas que adquieren una obra mía no los conozco porque va a través de galerías o marchantes pero, a las personas que puedo tener en una inauguración, me gusta que primero se hagan su propia idea y luego contarles lo que quise transmitir. La parte bonita de la obra es que cada uno le dé su significado. Siempre hay que escuchar, yo pregunto la opinión a un gran coleccionista de arte y también a una señora de su casa. Todos tienen algo que aportar y todos tienen su visión particular. Lo que unos no ven, lo ven otros y te sorprenden y te enriquecen.
-En sus últimas exposiciones también muestra alguna escultura. ¿Qué le aporta esta disciplina?
-La primera escultura que hice fue en Kenia. Como ya dije la mujer influye mucho en mí y allí están esas mujeres grandes, que caminan tan esbeltamente llevando madera en la cabeza y ves también a niñas de cinco años que te dejan impresionado por el porte que tienen al caminar. De ahí pinté unas figuras muy estilizadas y alargadas que eran la parte figurativa en los cuadros y, lo que hice con la escultura, fue sacar esas figuras, y darles una tridimensionalidad. Le da un plus a la pintura, me divierte y me siento identificado con ello.

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