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lunes 25, noviembre 2024

‘Me gusta saltar entre el humor y el dramatismo’. José Antonio Quirós. Director de cine.

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Tras “Cenizas del Cielo”, el director de cine asturiano ha estrenado “Objetivo Braila”. En formato documental, cuenta el viaje de Manuel González, un taxista de Pola de Siero, para encontrar a la mujer de su vida.

Objetivo Braila es una road movie de tráfico infernal: un viaje de 8.500 kilómetros en doce días, de España a Rumanía y vuelta otra vez, en busca de una mujer. Pero, como suele ocurrir con las películas de Quirós, este nuevo trabajo tiene muchísimas lecturas. A primera vista, Objetivo Braila es una historia de amor y una divertidísima comedia. Pero también cuenta un drama social que deja un sabor de boca muy agridulce. Y sobre todo es la historia de dos personajes únicos, Manuel y su amigo Javier, embarcados en una aventura de final abierto, que cada uno puede interpretar e imaginar a su gusto.

-¿Cómo surge esta historia?
-Yo a este hombre lo conocí en el taxi, de algún viaje desde el aeropuerto. A partir de ahí se gestó una cierta amistad, sobre todo porque me pareció un personaje muy peculiar, que se desnudaba contando las cosas. Se había divorciado, lo que para él era un trauma, y estaba obsesionado por encontrar una mujer. Había conocido a una rumana que vivió con él tres meses y luego se fue. A partir de ahí empezó la obsesión de querer rescatarla, así que le propuse ir a buscarla.
No tenía muy claro a dónde iba, pero sí como hacerlo. Conseguí una cámara pequeña, que me enviaron desde Francia, para no intimidar a los personajes, y nos pusimos rumbo a Rumanía. Antes comentamos si era mejor que fuera solo o acompañado; él dijo de ir con un amigo que le había restaurado la casa, y así fue.
-¿Es cierto que Javier, el amigo del protagonista, se apuntó al viaje sin saber a lo que iba?
-Exactamente, el hombre pensaba que iba de vacaciones y ya te puedes imaginar qué vacaciones, todo asfalto y vías de servicio. En realidad nunca tuve la intención de ir a los paisajes, me interesaba estar en un lugar muy reducido, entrar en ese círculo interior. ¿Qué puede pasar durante tantos kilómetros, qué sensaciones se viven? Yo buscaba todo eso: la ansiedad, la ilusión, la esperanza, el encuentro si es que llegaba a producirse -porque la encontramos de casualidad- y por fin el resultado. Yo estaba más asustado por la vuelta que por la ida.
Fue un viaje duro, una experiencia muy intensa. En un principio íbamos cuatro, porque yo llevaba un cámara y lo que conseguí fue que tuviera un ataque de nervios y que abandonara el carro en Irún, porque no aguantaba esa situación. Así que cogí yo la cámara y resultó ser más positivo, porque el contacto con ellos fue mucho más íntimo.

“Nunca tuve la intención de ir a los paisajes, me interesaba estar en un lugar muy reducido, entrar en ese círculo interior. ¿Qué puede pasar durante tantos kilómetros, qué sensaciones se viven?”

-En un trabajo como éste la historia se va desvelando a medida que ocurre. ¿Cómo es trabajar sin poder planificar el resultado final?
-Había momentos en los que pensaba ¿hacia dónde voy, si esto no tiene sentido? Son momentos duros, pero yo creo que en el género documental hay que ir explorando y dejarse llevar, aunque tengas un criterio marcado. Y además está el concepto de tiempo, que en un mes no cierras una historia. De hecho, tenía pensado hacer esto en cuatro meses y se prolongó un año, sobre todo por la segunda parte. Aquí fue muy importante la coproducción con la TPA, que me dio libertad total. Entendieron muy bien el concepto cinematográfico y me permitieron tomarme todo el tiempo que yo considerase prudente para terminar la historia, porque veían que era algo que iba creciendo. Eso es una garantía enorme a la hora de trabajar.
-¿Cómo se lleva esa dualidad de vivir todo el viaje con ellos, pero al mismo tiempo mantenerse como mero observador?
-Intenté ser lo menos manipulador posible, yo me metí con la cámara y me sometí a los vaivenes de ellos, sobre todo del protagonista, un hombre con mucha vitalidad y que siempre tenía sólo cinco minutos para todo. Realmente había momentos en que no casi no me daba tiempo a nada. Íbamos a un hotel de carretera, por ejemplo, y tenía que ponerme a visionar las cuatro horas de grabación que tenía, o simplemente a ponerle nombre a las cintas para luego localizarlas, porque al final me junté con setenta horas grabadas. A veces tuve tentaciones de modificar cosas, por ejemplo el hombre iba fumando un puro siempre que cogía el coche -en realidad fumaban los dos-, y hubo un momento, llegando a Rumanía, en el que me sentía tan mal que les pedí si podían dejar de fumar. Es que era imposible, por la cámara, porque yo me ahogaba, por todo. Luego había problemas con el sonido por el aire acondicionado… yo quería darle todo ese realismo, pero había momentos en los que tenía que frenar algunas cosas. Por lo demás, yo fui únicamente un testigo presencial.
-La película es tronchante por momentos, pero también es muy dramática. ¿Cómo se combinan elementos tan opuestos?
-Intenté jugar con todos los sentimientos del ser humano, porque era una persona que tenía mucho humor y muchos recursos, pero también quería llegar al dramatismo, como en el momento en que se pone a llorar de esa manera. No tuve muchos inconvenientes porque a mí me gusta mucho saltar entre esas dos partes. En definitiva, él es muy cómico, el personaje que iba al lado también lo es, pero en un espacio así yo sabía que iba a haber tensiones, así que la situación estaba creada. Después el montaje se estudió mucho, de hecho yo tenía claros hasta tres montajes diferentes con esta historia.
-El protagonista es Manuel, pero la combinación con su compañero de viaje da una pareja que recuerda al registro de las comedias clásicas.
-Yo en un principio no lo sabía, porque no le conocía lo suficiente, sólo tuve la oportunidad de verlo una hora antes de salir de viaje. Fue una incorporación a ciegas, pero a medida que íbamos en el viaje fui sacándole partido: las cosas que contaba, cómo las contaba… Hay muchas que no se han editado, porque intenté tener un equilibrio en la narrativa para evitar efectismos y no buscar la risa por la risa, sino que detrás de cada risa y de cada momento dramático hubiera algo que contar. Pero creo que fue una combinación al estilo de las viejas parejas del cine italiano, esos cómicos grandiosos que había.

“En el género documental hay que ir explorando y dejarse llevar”

-Hay otra parte muy importante, que es el trasfondo social de la historia. El barrio donde vive ella es tremendo, la historia de las mujeres rusas que quieren venir a España…
-Hay una frase que él dice, que es que la culpa de esa situación la tiene Ceaucescu, y en el fondo es verdad, porque todas esas mujeres han tenido que emigrar por ese motivo. El lugar donde nos metimos es Braila, y el barrio es uno de los más peligrosos de los países del Este, así que piensas ¿qué tipo de mujer vive ahí? Una de las cosas que más me obsesionaba era ver cómo desde un país civilizado, desde España, se busca la felicidad en lugares donde las cosas están muy mal. Me preocupaba mucho la situación socio-política de un país, y como eso influye en la relación entre los personajes.
-Manuel es un personaje complicado. Por un lado es un “putero” y tremendamente machista, pero por otro es, muy a su manera, un romántico. En cierto modo representa la búsqueda del amor, con una persistencia que no todo el mundo tendría.
-Sí, incluso bordeando el ridículo en muchos momentos. Con lo cual hay dos puntos de vista, hay quien le ve como un personaje negativo y se pregunta quién puede estar con una persona así, o también el que ve el personaje romántico, el prototipo de hombre de los que no quedan, que se atreve a ir a buscar a una mujer a sabiendas de que puede no encontrarla, o de que puede resultar un fracaso. Y más a una edad como ésa: a los cincuenta y cinco años hacer eso es un ejercicio de juventud y frescura.
Cartel del documental de José Antonio Quirós: Objetivo Braila -¿Qué vida tiene una película como esta?
-Se va a proyectar en algunas salas, no tanto comerciales, pero sí de organismos, centros culturales, etc. También en varias televisiones, en la TPA se va a poner bastante. Y luego estaremos en función de los festivales europeos. Hay gente que me dice que hubiera sido ideal haberla hecho en un formato de treinta y cinco milímetros, pero ésta es una película de medio-bajo presupuesto, y yo me conformo con hacer historias que no envejezcan en el tiempo y que poco a poco vayan recuperando.
-¿Cuál es su próximo proyecto?
-Ahora estoy trabajando en lo que casi sería una segunda parte de esto. Será el punto de vista de las mujeres rusas, para saber qué las puede llevar a abandonar su país y venir aquí, cómo nos ven… Está siendo más complicado de lo que creía porque es un mundo muy difícil, casi inaccesible, pero lo voy consiguiendo.
Y por otro lado quiero encerrarme a trabajar en el guión de mi próxima historia, porque no he tenido tiempo, eso será cuando termine este proyecto, espero que en junio. Me gusta este género, saltar entre la ficción y el género documental creo que ofrece cosas muy interesantes. Yo soy muy partidario de mantener este tipo de cine con tintes costumbristas, porque creo que es el que pervive y el que muestra cómo funciona una sociedad. Y aparte lo hago porque me apetece, que también me apetecería hacer una comedia disparatada, pero este es un género en el que te dejas llevar y vas descubriendo mundos, espacios y personajes.

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