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lunes 25, noviembre 2024

‘La mejor manera de sobrevivir a esta catástrofe del pensamiento es con una mirada irónica’. Francisco García Pérez. Profesor, escritor y crítico literario

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Mientras no le llegue una jubilación que espera con ansia, se le puede encontrar en el IES nº1 de Gijón, donde prepara las fórmulas alquímicas que consiguen engatusar a los alumnos de secundaria con las bondades de Quevedo -uno de sus predilectos- y de muchos otros nombres clave de las letras españolas. Su objetivo: convertir a sus alumnos en lectores devotos, enganchados a los libros de por vida.


Su blog, ahora desaparecido, cosechó la nada desdeñable cifra de cincuenta y dos mil entradas en el par de años que estuvo operativo, antes de que la aventura bloguera de este profesor de secundaria se terminase de mala manera, por obra y gracia de los que dicen que velan por los derechos de autor.
También tiene una cita semanal con sus lectores en la columna que publica en La Nueva España. Precisamente para este diario coordinó un suplemento cultural entre 1992 y 2009, que lo mantuvo en contacto directo con la intelectualidad asturiana.
Le preocupa la deriva del sistema educativo y el creciente adocenamiento de la sociedad, que atribuye a una maniobra deliberada de los poderes para evitarse el engorro de tener que lidiar con ciudadanos pensantes.

-Coordinar durante tanto tiempo un suplemento de cultura por fuerza ha de proporcionar amplitud de miras. ¿Cuál era su reto?
-El reto más importante era mantenerlo contra viento y marea, consolidarlo. Y lo logramos, porque ahora se cumple el número 1.000, lo que es una barbaridad para un suplemento de cultura. Luego quisimos abrir las puertas a todo aquel que tuviese algo que contar y que pudiese contarlo bien. Por último, abrimos las puertas a gente joven. Si te hago una lista de todas las personas que fueron invitadas a colaborar tendríamos que anotarlas en un rollo de papel de cocina. De modo que mi labor estuvo hecha. Aguantar, con todas las crisis que ha pasado la cultura, no era nada fácil.
-Lo deja hace tres años. ¿Cómo se ven los toros desde la barrera?
-Mantengo la sección «Lo que hay que oír», y las colaboraciones semanales. Estuve diecisiete años peleándome con la crema de la intelectualidad, y la verdad es que atemperar vanidades cansa mucho. Así que ahora soy un modesto colaborador, y disfruto escribiendo lo que en otro momento disfruté coordinando. Fue un tiempo suficiente.

«El fracaso en la educación es absoluto. Da igual que hablemos de la enseñanza pública o de la privada, es exactamente la misma ruina»

-Las cosas han cambiado mucho en los últimos veinte años…
-Sí, yo viví el enorme cambio que se produjo en el mundo de la cultura que fue la desaparición del concepto Autor, con mayúscula; del Escritor, con figuras como fueron en su momento Juan Benet, Miguel Delibes, Torrente Ballester; viví la desaparición del Intelectual, también con mayúscula, la desaparición del Libro como objeto fuente del saber, para ir siendo sustituido en su momento por el CD-ROM. Incluso el concepto de Cultura con mayúscula ha desaparecido. Ahora tenemos una cultura muy cercana al espectáculo, a la banalización. Es otra cosa muy diferente. Viví en definitiva el desmoronamiento de esas grandes mayúsculas que en los 80 empezaron a palidecer un poco y en los 90 y el comienzo de siglo se fueron al garete completamente.
-¿Y cómo sobrevive en estos tiempos un profesor vocacional?
-Bueno, yo realmente antes quise ser otras cosas. A los ocho años, novelista. Ahí quedó como muestra un espléndido primer capítulo de una historia del Oeste. También quise ser camionero. Y como correspondía en la segunda mitad del siglo pasado, quise ser sacerdote. Al final me quedé en profesor. Elegí la secundaria porque me interesa mucho esa franja de edad entre los once y los diecisiete. Ahí se forma un lector para siempre o no se forma un lector para nunca jamás. O se inocula el veneno de la literatura a los chavales o ya después es una vocación muy tardía y muy rara.
-¿Cómo se hace que un joven de hoy en día se interese, por ejemplo, por la literatura barroca?
-Hubo un tiempo en el que yo entraba en el aula y explicaba lengua y literatura. Luego, gracias a la acción coordinada del Poder con mayúscula, al que no le interesa el espíritu critico en la gente sino el adocenamiento; y gracias también a sus ayudantes, que son los nuevos pedagogos, esos que inventaron un lenguaje como «segmento de ocio» en lugar de recreo, «alumno disruptivo» en lugar de gamberro y una colección de mentecateces impresionante; pues ahora de los 55 minutos de clase consigo colocar algo de lengua y literatura no más de quince. El resto del tiempo estamos rellenando papeles y leyendo circulares absurdas, escritas por personas con sintaxis desquiciada y muy rayana al analfabetismo funcional. Respondiendo a tu anterior pregunta, sobrevivo porque mi jubilación como catedrático de secundaria está muy próxima. A ver si por fin, una vez jubilado, puedo volver a enseñar.
-La educación española está ahora en pie de guerra, pero en realidad arrastra desde hace décadas una inestabilidad endémica. ¿Cuál es el problema?
-El problema es que no existe un pacto de estado sobre la educación que esté por encima del vaivén de los partidos políticos. Eso es algo que se puede hacer, aunque sea un tópico, pensemos en Finlandia, donde al no tener otras fuentes de riqueza invirtieron en su propio capital, o sea en educación. Por eso el fracaso es absoluto. Los datos que dan me parecen incluso exageradamente buenos, dadas las circunstancias. Y da igual que hablemos de la enseñanza pública o de la privada, es exactamente la misma ruina.
-¿Cuáles serían los cambios más urgentes?
-Es necesario hacer unos currículos -lo que antes llamábamos planes de estudio- adecuados a las necesidades de los chavales y a los cambios que ha experimentado el mundo en este tiempo, limpiarlos de materias obsoletas. A mí me parece estupenda Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda como escritora, pero igual a los chavales hay que darles otras enseñanzas. Por otra parte tenemos a los profesores quemados. Y no porque haya que dar dos horas más de clase, que también; no porque quiten la extra, que también; no porque no tengamos la menor autoridad o estemos expuestos a las vejaciones impunes de los alumnos, que también. La quemazón es porque después de tener que pasar por todas las trabas administrativas y académicas imaginables, acabamos diciendo lo que Labordeta: a veces me pregunto qué hago yo aquí. Qué hago, explicándole a un chaval el ultraísmo, cuando sus urgencias es evidente que van por otro lado. Es una labor que no conduce a ninguna parte.
Por otra parte los alumnos también se queman. Se ven sin futuro y razonan: como la cosa está muy mal, me retiro de la lucha y lo que explica el profesor me importa un pimiento. Hay un problema de desmotivación tanto en los chavales como en los profesores.

«O se inocula el veneno de la literatura a los chavales o ya después es una vocación muy tardía y muy rara»

-¿Qué tiene que decir de esa crisis de la novela de la que tanto se habla últimamente?
-Pues que yo, que soy lector de cuatro horas diarias y que no concibo un mundo sin lectura, con las novelas me aburro mortalmente. Me cuesta mucho trabajo encontrar una que tire de mí hasta el final. Pongo muy buena voluntad, soy muy buen público, pero no aguanto que me cuenten mal una historia. Me excita mucho más la riqueza del episodio piloto de la sexta temporada de Mad Men, donde se presenta un fresco de 20 ó 30 personajes tratados de una manera tan matizada, que no creo que los novelistas actuales, dicho en general, hayan sabido afrontar a estas alturas esta temible competencia. En las series de televisión se encuentra el actual paradigma narrativo, que incorpora todas las proustianadas y las joyceanadas, muy bien asimiladas por la gente que escribe esos guiones. Paul Auster, Philip Roth y otros hace ya tiempo que dijeron lo que tenían que decir. En fin, que no hay un paradigma narrativo en la novela actual. Lo digo con gran dolor, no sé que esperanza hay.
-Que el lenguaje se deteriora es un hecho. ¿Cuánta culpa tienen las llamadas nuevas tecnologías?
-Las herramientas nunca son culpables. Realmente creo que lo que interesa es que la gente no piense bien. Que piensen de la misma forma que harían bricolaje: se coge una idea por aquí, otra por allá, se malformulan las dos, se saca una conclusión causal cuando debería ser una conclusión consecutiva, etc. Y al no armar el pensamiento, malamente se puede armar un enunciado coherente. Esto es algo no casual y perfectamente medido, porque con la actual crisis –por no decir gran estafa- que estamos viviendo, si el poder se hubiese encontrado con una sociedad con individuos que supiesen elaborar fielmente su pensamiento y transmitirlo bien, otro gallo nos cantaría en este momento. ¿A quiénes fusilan primero los regimenes totalitarios? A los que usan la palabra, a los que entienden que la palabra es la correa de transmisión del pensamiento. Cuanto más confuso sea el pensamiento más confusa va a ser la expresión. De eso se trata en el fondo.
-Algunos de sus libros están dedicados al lenguaje, tratado con mucho sentido del humor.
-El sentido del humor es fundamental. Hay que reírse, porque vivir continuamente enfadado es malo para todo. Entre la úlcera de estómago y la carcajada, yo opté por la carcajada. Antes no. Antes tenía dolores de estómago y muchos cabreos. Ahora cuando leo una novela pésima cambio el enfoque y empiezo a reírme de cómo es posible que se escriba tan mal. Creo que los errores del lenguaje son errores de pensamiento, errores de concepción antes que de dicción. Y pienso que la mejor manera de sobrevivir a esta catástrofe del pensamiento es con una mirada irónica y a veces, no lo puedo evitar, sarcástica. Aunque también es cierto que con la edad me vuelvo benevolente. Soy menos sarcástico y la ironía está más suavizada, pero es que si no te haces una úlcera que te lo gastas todo en médicos. Y no puede ser.

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