Parece que la necesidad de diálogo, pactos y pluralidad es el mensaje que los asturianos han enviado a través de las urnas a los dirigentes políticos. Para Arsenio Valbuena, Presidente del Colegio de Ciencias Políticas y Sociología de Asturias, las últimas elecciones cambian el panorama del gobierno regional, pero son básicamente la antesala de lo que puede ocurrir en las próximas generales.
¿Qué lectura hace un sociólogo del actual escenario postelectoral?
-En primer lugar se podría hablar de un cataclismo electoral, al no poderse conformar mayorías de gobierno sin contar con los nuevos partidos emergentes. En segundo lugar, ha quedado demostrado que el electorado no ‘presta’ votos, no se inclina por el voto útil ni el voto de castigo, y directamente apoya la opción que desea. También ha tenido lugar un gran llamamiento a los ciudadanos que provienen de abstenciones tradicionales y que acceden por primera vez a votar, mayormente a Ciudadanos y Podemos. A ello hay que sumar la abstención como castigo, ya que el electorado de derechas que no está de acuerdo con el partido no apoya a otro; simplemente, no vota.
-Los resultados obtenidos sacuden el panorama político, pero también han dejado en evidencia un fallo generalizado de los sondeos y encuestas publicadas. ¿Cuál fue el elemento caótico?
-Las encuestas preelectorales fueron más influyentes que predictivas. Las que se hicieron públicas fueron inexactas a la hora de valorar a los nuevos partidos porque en el fondo estaban dirigidas a influir sobre el electorado, siguiendo intereses concretos. En cambio, las realizadas por los propios partidos -que se han mantenido en secreto- han sido más acertadas. La encuesta sirve mucho de profecía autocumplida, influyes en aquel objeto que estás estudiando. En Reino Unido, por ejemplo, hay una comisión que vela por la limpieza de las encuestas y sondeos, que ahora ha abierto una investigación entre los grandes institutos de opinión, para estudiar el enorme fracaso de sus sondeos previos a las últimas elecciones. Pero también influyen otros elementos…
«El electorado ha votado directamente la opción que desea. No hubo voto útil»
-¿Cómo cuáles?
-Las encuestas cada vez se quieren hacer más baratas, con poco dinero se quieren resolver problemas complejos y eso es imposible. No se hacen personales sino por rastreo telefónico, en la mayoría de los casos con muestras muy pequeñas que aumentan los errores en la predicción. Se hacen las mismas preguntas que hace treinta años, no están claramente planteadas ni tampoco son pertinentes; esto se solucionaría haciendo estudios previos, grupos de discusión para modificar los cuestionarios. Tampoco tienen en cuenta los nuevos distritos censales y se funciona con los viejos padrones. Todo ha influido en los resultados tan negativos de las encuestas.
-¿Qué dejó claro el ciudadano en las urnas, a nivel nacional?
-Lo resumiría en dos palabras: descontento y desafección. Descontento con el sistema de partidos tal y como existía hasta ahora: el PP ha sido penalizado en las urnas como partido del Gobierno y el PSOE como partido de la oposición, cosa inédita en nuestro país. Y desafección porque a pesar de ser una de las elecciones más «movidas» desde el 77, la cuota de participación fue algo más del 60% en toda España (un 62,61% en Asturias). Es decir un 40% de españoles han mostrado su distanciamiento con el sistema político. El ciudadano está más preocupado de otras cosas que de los mensajes de comunicación política lanzados durante una campaña que además ha sido anodina, con un perfil intelectual bajísimo y una talla moral ruin. Hay ciudadanos que han preferido no participar en esta especie de juego frívolo, y con su voto han demostrado que no siguen a los protagonistas políticos, a los que consideran de poco interés.
Por otro lado, el apoyo de parte del electorado a los partidos emergentes muestra algo en positivo, cierta ilusión al cambio que sin embargo no es un fenómeno mayoritario, sino que está en torno al 20%. El mensaje de Ciudadanos y Podemos no llega a sectores importantes de la población como los sindicatos, la tercera edad o los ciudadanos, digamos, «bien situados». Hay ilusión pero es aún incipiente.
«Es posible que asistamos a una reactivación de la política municipal con más debate popular y de partido»
-¿Qué cambios intuye en el Principado?
-A corto plazo habrá una intensa lucha por la definición del espacio de cada partido, en el sentido de hacer cosas, pero sobre todo de poder de bloqueo del contrario. Cada partido intentará tomar posturas con los ojos puestos en las generales. El Partido Popular seguirá centrado en destruir a Foro, ni el gobierno de la región ni el de la nación está por delante de ese objetivo. PSOE y Podemos se disputarán a brazo partido el voto del centro izquierda. Izquierda Unida, desdibujadas las expectativas de crecimiento por el brochazo de Podemos, desplegará su tradicional forma de actuar: terciar en la política regional cuando se lo permitan y cultivar con esmero su reserva de fieles en el mundo sindical. Por parte de Ciudadanos y Foro, a nivel regional, nada se podría decir… ¿pasarán de guarnición con sus dirigentes actuales?
A nivel local el panorama está mucho más interesante y es muy posible que asistamos a una reactivación de la política municipal con más debate popular y de partido. También con más iniciativas interesantes y mucho, mucho más control de las actuaciones.
Rajoy abordará las elecciones generales desgañitándose a favor de la recuperación económica que sólo los entendidos saben valorar y sin haber hecho nada por un verdadero cambio de modelo productivo. Puede ser el batacazo monumental del PP, abriendo así España a una incógnita política, preferida por el país a la extenuante carrera de fondo hacia no se sabe dónde propuesta por Mariano Rajoy.
-Lo que salga adelante a partir de ahora será a base de pactos. ¿Por qué tienen tan mala prensa en nuestro país?
-A diferencia de otros países de nuestro entorno, en España eso de trabajar en común es algo que no ha calado en la política española. No tenemos una trayectoria de trabajar juntos por el bien común, sino que procuramos marcar las diferencias: pitamos el himno nacional, decimos que somos latinos, defendemos la picaresca. Como hemos podido ver, los líderes políticos se han dicho de todo en la campaña, cuando las circunstancias a lo mejor les obligan a trabajar en común. Aquí los pactos tienen mala prensa porque aún está muy presente el espíritu frentista.
«Las encuestas fueron inexactas a la hora de valorar a los nuevos partidos porque en el fondo estaban dirigidas a influir sobre el electorado, siguiendo intereses concretos»
-¿Lo ocurrido en estas elecciones sirve como referencia para las generales?
-Sí, marca el final de las mayorías absolutas. La irrupción de nuevos partidos en el Parlamento y la obligatoriedad de las negociaciones marcan un nuevo camino que podrá ser positivo o negativo. Pero desde luego toda la dificultad que se está viendo para conseguir los pactos municipales y autonómicos es porque se está haciendo con la vista puesta en las elecciones generales, que son el trozo grande del pastel. Va a ser un año muy movido políticamente hablando, aunque lo que me preocupa es que podamos tener en este tiempo cierta estabilidad económica.
-¿Qué peso han tenido los casos de corrupción?
-Tienen distinto peso en votantes de derecha que de izquierda. El votante asturiano, igual que el andaluz, ha sido indiferente a los casos de corrupción de la izquierda. Lo de los fondos mineros o lo de los ERES y cursos de formación en Andalucía beneficiaron a miles de personas, así que la realidad es que muchos de sus votantes hicieron la vista gorda. Javier Fernández y Susana Díaz hubiesen sacado los mismos votos con corrupción o sin ella. En cambio, los casos de la derecha han tenido mucho efecto mediático y, con la insistencia de los medios de comunicación, han conseguido erosionar al PP de una manera importante. Personalmente creo que en esta campaña han faltado argumentos e ideas racionales más allá de los casos de corrupción descubiertos, que sinceramente me han parecido pocos, teniendo en cuenta la trayectoria de las comunidades tradicionalmente corruptas donde gobiernan.