A través del televisor se coló en nuestros hogares con sus crónicas desde Nueva York, Moscú, Buenos Aires, Roma o la zona de Asia-Pacífico. En sus cuarenta años de profesión, esta periodista de pelo rojo con mechón plateado ha llegado a contarnos -micrófono en mano- lo que ocurría en más de ciento sesenta países. Abandonó el ente público en 2009 pero mantiene intacta su pasión por el periodismo, que ahora practica por libre desde otros ámbitos.
Cada año visita el Principado como mínimo una vez, ya que forma parte del Jurado del Premio Princesa de Asturias «pero por una cosa u otra siempre surge algún compromiso que me invita a regresar a estas tierras». Rosa María Calaf, más conocida como «la Calaf» entre los compañeros de profesión, respira periodismo por sus poros. Si, como dicen, la convicción se nota en los ojos, ella los tiene transparentes, sinceros.
Sigue viajando, y mucho, «suelo estar fuera nueve meses al año, viajo por mi cuenta, sin intenciones, sin planes, voy por libre. Conozco a gente, converso, observo… es lo bueno de estar jubilado», concluye con una sonrisa.
-¿Es su vida ahora más ajetreada que antes?
-Casi te diría que sí. Estoy muchos meses fuera de España y cuando llego mi agenda es interminable. Aún así ahora no tengo ese estrés que supone estar al pie de la noticia con la responsabilidad y la angustia de ofrecer una información veraz, en un tiempo determinado. Con mis setenta años me encuentro en la mejor etapa de mi vida, disfruto con lo que hago y me siento por ello privilegiada. Me cuesta separar lo que la gente entiende por trabajo de lo que es mi vida, porque lo vivo todo con mucha intensidad. Así que cuando hablo y hago una reflexión en medio de una conversación me pregunto si no estaré contando batallitas, aburriendo a los que me rodean.
-El periodismo surge en el seno de una sociedad, en cierta forma nos refleja. ¿Qué dice de nosotros el periodismo que tenemos en este momento?
-Francamente, no nos deja demasiado bien. Siendo generosa, creo que el periodismo que se hace ahora -aunque no se puede generalizar- es más banal, menos comprometido. Se nota en todos los países que hay una tendencia hacia la superficialidad, el espectáculo y que hay temas que no se tratan. En España además hay una característica añadida y es el posicionamiento partidista de los medios, no tanto respecto a un partido político sino como respuesta a los intereses de determinado grupo dejando a un lado el interés de la mayoría. Un estudio reciente de la Universidad de Oxford concluye que los medios españoles son los menos creíbles de Europa y que la ciudadanía no confía en ellos.
-Después de su experiencia como corresponsal, ¿qué opinión le merece que la información internacional esté cada vez menos presente en los informativos? ¿De qué están privando al ciudadano?
-Saber lo que sucede es fundamental. En el mundo globalizado todas las realidades están vinculadas, por tanto es importantísimo saber qué esta ocurriendo y cómo son las claves de la construcción del mundo en cada momento. Existe la apariencia de que con un click accedemos a toda la información pero si no sabemos manejarlo acabamos inmersos en la desinformación. No ofrecer información internacional significa que se restringen los elementos que el ciudadano necesita para formar una opinión que esté sustentada sobre elementos fiables, rigurosos, plurales, honestos con los que tomar decisiones. Y sobre todo se cercena la capacidad de saber, pero creando la sensación de que se sabe. Se hace creer que se informa cuando realmente lo que se hace es entretener. En ocasiones se hace con un fin mercantilista, para hacer caja, y en el peor de los casos se hace con el afán de manipular, de conseguir una sociedad dócil que no sea capaz de defender sus libertades.
«Siendo generosa, creo que el periodismo que se hace ahora es más banal, menos comprometido. Tiende a la simplicidad»
-«Es mucho más fácil manejar a una sociedad individualista que a una concienciada de que como sociedad tiene peso», comentó en una ocasión.
-Lo que se está intentando es crear una sociedad donde cada uno luche por sí mismo, eso es evidente. La fuerza que tenemos los ciudadanos viene precisamente de eso, de que seamos conscientes de que sólo vamos a conseguirlo si estamos unidos.
-¿Qué le produce ver que los conflictos se repiten a lo largo de los años en los mismos sitios, a pesar de haberlos contado al mundo?
-Primero, me produce una frustración espantosa, una tristeza enorme y una rabia muy profunda. Se repiten patrones que tienen que ver con la dominación, con las luchas por el poder -en este momento más en el terreno económico- que es el que maneja todo desde el punto de vista ideológico o político, llevándose por delante a tanta gente, jugando con las vidas de las personas como si fueran cifras.
-¿Es un bucle que se puede romper?
-Creo que a pesar de todo lo que está ocurriendo hay gente que está haciendo cosas muy bien. Me preocupa la permanente negatividad que se refleja en los medios y que hace que todo se perciba como malo, peligroso o sin salida: la pobreza es inevitable, la desigualdad es normal… ¡no es verdad!. Esa generalidad no beneficia a la hora de construir un mundo mejor. Eso es tremendo porque en el momento en que la ciudadanía cree que eso es así, no lucha por cambiarlo y eso es angustioso.
-En cuarenta años de profesión, ¿qué cosas le han quitado el sueño a la Calaf?
-Pues esa tensión de trabajar bajo reloj, tener la información preparada y estar permanentemente preocupada por no cometer errores. Combatir esa necesidad de más tiempo para poder profundizar y analizar lo que pasa, cosa que no siempre tenía. Lidiar cada día con esa presión de que una equivocación, aunque fuese involuntaria, era algo muy grave… ¿Llegas a acostumbrarte a eso? No, al contrario cada vez me daba más cuenta de que controlaba menos el resultado final por la falta de tiempo de hacerme con los mimbres, y colocarlos de la manera adecuada para que la gente pudiera luego utilizarlos. Eso me producía una gran desazón.
-Se le ve una periodista rigurosa, sincera, ¿qué repercusiones ha tenido decir siempre lo que piensa?
-Empecé a trabajar a finales de la dictadura, donde aún había una serie de límites pero te las ingeniabas para poder dar esos ‘otros destellos’. Lo que más he sufrido -ya en democracia- es la selección de noticias, temas que no entraban porque decían que eran aburridos o porque no contábamos con imágenes. La información no tiene que ser divertida, tiene que ser información y si resulta que no disponemos de imágenes nos las ingeniaremos para contarlo de otra manera, pero nunca debemos dejar de contarlo.
-¿Y en su periplo por el mundo, nunca ha tenido ningún problema?
-Sí, y muchos. He tenido problemas en la Unión Soviética, en China, Corea del Norte, Birmania, en lugares donde existen dictaduras. Pero también en otros sitios donde se supone que hay democracia, pero donde el halago y la amistad pueden ser un problema a la hora de informar de manera independiente.
«A veces se hace creer que se informa cuando realmente lo que se hace es entretener»
-¿Era consciente del riesgo que corría en cada uno de esos escenarios?
-Sabes que corres un riesgo pero no es algo que tengas en tu cabeza. Hubo momentos en los que pasé miedo, aunque no paralizante. A todo te acostumbras. No me gusta la idea que se da de periodistas tipo Rambo porque creo que esta es una profesión como otra, donde esto forma parte de tu trabajo y nadie te obliga a hacerlo. En mi caso lo que sí me preocupaba era no poner en peligro a las personas que me acompañaban. En TVE nunca vas sola, trabajas en un equipo en el que también participan periodistas locales, ésos sí que corren unos riesgos tremendos.
-¿Cómo ha podido compaginar en estos años su vida profesional con la personal?
-Para mí nunca fue un problema, forma parte de mi forma de ser. Siempre estuvo por encima mi necesidad de realizarme como periodista y mi familia me apoyó. A veces hubiera querido pasar más tiempo con ellos pero entiendo que forma parte de mi elección. Por otro lado, siempre tuve claro que no quería tener hijos y me he pasado la vida explicándolo a los demás, porque sobre todo en los 70 esto era algo de una mujer ‘tarada’, no era considerada una opción. He tenido la suerte de que mi compañero a lo largo de estos años me ha querido así, me ha aceptado como soy, con mi trabajo, hemos compartido las mismas ilusiones y seguimos haciéndolo. Por todo, me siento una afortunada porque he podido desarrollar mi vida profesional y al mismo tiempo tener una vida personal absolutamente satisfactoria.
-Según lo cuenta, parece todo ha ido muy rodado.
-La verdad es que soy muy positiva. He tenido momentos malos como todo el mundo, pero creo que están ahí para aprender. Hay mucha gente que hace cosas estupendas y como tengo la oportunidad de estar en contacto con ellas pienso ‘de qué me puedo quejar, por qué voy a estar preocupada’, todo depende de cómo valores una situación. No estoy de acuerdo con la visión negativa que se intenta dar a la gente, ese ‘todo va mal’. No es real.
-¿De dónde saca toda esa energía?
-Es algo innato, me acompaña. Estoy de viaje casi nueve meses al año, cuando llego doy conferencias, participo en distintos actos, doy clases en la Universidad, colaboro en el programa de un amigo y compañero en RNE, también en TVE que es mi segunda familia, y quieras o no, eso me crea cierto agobio. Llego a dormir cinco horas diarias. Supongo que tendré que bajar el ritmo en algún momento porque voy para setenta y uno… pero, como digo, no puedo quejarme de nada.