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domingo 24, noviembre 2024

Nínive Alonso. Terapeuta filosófica. ‘La filosofía tiene que ayudar a las personas. Es su compromiso y su deber’

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La filosofía no es teoría, sino práctica. Sobre esa base Nínive Alonso (Gijón, 1985. Licenciada en Derecho y Graduada en Filosofía por la Universidad de Oviedo) desarrolla un método de terapia para ayudar a los pacientes ‘a superar sus miedos y conseguir una vida plena y satisfactoria’.


Lo llama Terapia de Alta Costura porque «Se confecciona sobre el cuerpo del paciente y se ajusta a sus necesidades concretas, como una prenda». En realidad, la terapia filosófica nace en Alemania de la mano de Gerd Achenbach en los años 80 del siglo XX, y ganó popularidad con la aparición del libro «Más Platón y menos Prozac», de Lou Marinoff. En España aún está dando los primeros pasos, pero ya es posible encontrar algunos -pocos- terapeutas que utilicen esta disciplina. Basándose en el diálogo de ecos socráticos, el filósofo «ayuda a pensar» al paciente que plantea un problema de cualquier tipo, y le ayuda a desenredar la madeja de sus conflictos emocionales.

-¿En qué consiste la terapia filosófica?
-Yo tengo una máxima que recuerdo siempre, y es que los médicos curan los cuerpos y los filósofos curamos las almas. Decía Epicuro que la filosofía es una medicina para la mente. Date cuenta de que el término psicología no aparece hasta finales del siglo XVI, por tanto antes de eso, todo lo que tenía que ver con qué es el amor, la tristeza o la melancolía, lo asumíamos los filósofos. Podríamos decir que la terapia filosófica es una parte de la filosofia práctica que se encarga del individuo, que tiene relación con las terapias psicológicas, pero que se diferencia de ellas en varios aspectos.
-¿Cuáles?
-La principal es que la psicología, al igual que la psiquiatría, ha tenido esquemas sumamente rígidos y patologizantes para trabajar sobre los pacientes. Eso quiere decir que cuando llega un paciente se le pone una etiqueta.Con esa rigidez de códigos deontológicos y de patrones, lo que hacen es encasillar al paciente, que para ellos es un elemento pasivo. El filósofo lo que hace es adecuarse al paciente, que se convierte en un elemento activo, dialogante, consultante. El filósofo es ante todo un organizador de ideas, deshecha aquellas no beneficiosas, como patrones negativos o de autocompasión, inserta nuevas ideas para fortalecer las debilidades y marca un objetivo. Esto es la terapia filosófica grosso modo, basada en el diálogo, mucho más beneficioso que una pastilla.

«El filósofo es ante todo un organizador de ideas, deshecha aquellas que no benefician al paciente, inserta nuevas ideas para fortalecer las debilidades y marca un objetivo»

-¿Y cómo es una terapia de este tipo, qué herramientas utiliza?
-En líneas generales seguimos la tradición del diálogo socrático, es decir, charlar tratando de abrir eso que yo denomino «la mazmorra emocional». Los conflictos internos que uno tiene, en el diálogo van saliendo. Para eso es necesario crear un clima de confort y confianza. Mi despacho por ejemplo no tiene una gran mesa en el medio, ni trabajo con los títulos expuestos detrás de mi cabeza. El paciente y yo nos sentamos en un par de sofás y antes de empezar nos tomamos un café; como decía Platón en El Banquete, hay que compartir primero comida y bebida para que luego todo vaya fluyendo relajadamente. Vamos, bastante distinto de lo que es ir a contarle tus intimidades a un señor de bata blanca.
-¿Y a partir de ahí?
-A partir de ahí se trata de conocer al paciente mediante el diálogo directo y con lo que yo denomino «herramientas oblicuas». A veces uno mismo no sabe exactamente qué es lo que le ocurre. Yo asumo el psicoanálisis -revisado- y a través de dibujos vamos analizando determinados patrones de conducta, imágenes que tiene que interpretar o fragmentos de películas, que actúan como catarsis y son una vía de reflexión para la propia vida. De esa manera, lo que estaba anudado lo vamos desanudando, vamos viendo cuáles son las cosas que tenemos que fomentar, o qué tenemos que deshechar y las nuevas ideas que tenemos que introducir, para luego ponernos manos a la obra.
-Entonces viene la parte práctica, ¿no? ¿Cómo se aborda?
-Yo acompaño a los pacientes, que es una cosa que llama mucho la atención pero que para mí es llevar a la práctica el espíritu griego de la filosofía en el Ágora, de ir paseando y reflexionando. Me explico: cuando una persona tiene una fobia, un psicólogo le dice lo que tiene que hacer y cómo, pero luego el paciente en cuanto sale del portal está solo en la calle. Conmigo no ocurre eso. El paciente y yo vamos juntos a superar esa fobia, al menos los primeros contactos, o vamos juntos a una galería de arte para ver una imagen y reflexionar sobre nuestra vida, a modo de catarsis también, o vamos juntos a pasar por un lugar donde no había pasado por algún motivo que lo dejó marcado. Así que trabajamos por un lado teóricamente y por otro de manera práctica.

«Durante estas décadas atrás, la filosofía se ha vendido a la ciencia. Tiene que recuperar ese espíritu griego de obligación y compromiso moral, al igual que tiene un compromiso político. Y siempre es con el hombre de carne y hueso, con lo social, con la calle»

-¿A qué necesidades sociales responde este nuevo tipo de terapia?
-Me encanta esa pregunta porque tiene que ver con las terapias clásicas, que yo considero trasnochadas. El filósofo debe tener un poder de adaptación al medio. Ese es su deber y su compromiso, y si no que se retire. Hoy por ejemplo no tenemos tenemos una sola identidad, sino varias: la identidad familiar, la identidad laboral; y además tenemos la identidad del twitter, la del facebook, la del instagram y en general todas las redes sociales. Una persona antes tenía que poner en equilibrio su vida personal y su vida laboral, pero ahora tiene que poner en equilibrio muchas más identidades. Ya no somos uno. Todo esa nueva realidad, que además es muy rápida, requiere un pensamiento creador de ideas, y los creadores de ideas y conceptos son los filósofos, con lo cual en esta época los filósofos somos absolutamente necesarios.
-Eso contrasta con la idea de que la filosofía es una disciplina académica que trata sobre conceptos muy elevados… Estamos hablando de filosofía en la vida.
-Es la diferencia que yo quiero marcar entre el filósofo de la calle y el filósofo académico, que para mí es el filósofo cobarde. No, la filosofía tiene que ayudar a las personas. Es su compromiso y su deber. Otro tema es que todo filósofo tiene un pensamiento general sobre las cosas grandes: qué es el mundo, qué es Dios, qué son las ideas, qué es la muerte. Es lo que podemos tildar como académico. Pero desde el maestro Sócrates, el filósofo tiene la obligación de deberse a los congéneres que tiene al lado. Si no, no sirve para nada. Es lo que ha ocurrido durante estas décadas atrás, que la filosofía se ha vendido a la ciencia y sirve a cuatro. La filosofía tiene que recuperar ese espíritu griego de obligación y compromiso moral, al igual que tiene un compromiso político. Y siempre es con el hombre de carne y hueso, con lo social, con la calle.
-Tampoco los planes educativos lo están poniendo fácil. Ahora mismo ahora mismo la filosofía está quedando relegada en los planes de estudio…
-Yo ahí tengo el corazón dividido. Por un lado, creo que es bueno darle herramientas a los chavales, pero también creo que habría que hacerlo manteniendo una separación para que no te dominen, si no es muy complicado. Por eso digo que un filósofo no puede ser docente porque se debe al estado. Un filósofo es ante todo un tipo libre, y un tipo libre nunca puede ser un «funcionario», porque entonces callará ante la mano que le da de comer y la filosofía no puede callar más que ante las ideas y la evidencia de la verdad.

«Un filósofo es ante todo un tipo libre, y un tipo libre nunca puede ser un ‘funcionario’, porque entonces callará ante la mano que le da de comer y la filosofía no puede callar más que ante las ideas y la evidencia de la verdad»

-A nivel personal ¿cuándo se encontró con la filosofía?
-A los 25 años yo iba para fiscal. Me enamoré de la filosofía cuando estaba estudiando la carrera, en quinto curso, y me cambió la vida. Es mi pasión. Como dice Eugenio Trías, yo no descubrí la filosofía, sino que la filosofía me descubrió a mí. Creo en esto, creo que ayuda de verdad, a mí me cambió la vida.
-¿Algún proyecto a la vista?
-Quiero escribir un libro que se llamará Tu fortaleza, que haga un paralelismo entre la vida de una persona y distintos aspectos de una fortaleza. Por ejemplo, cuando en tu vida domina otra persona, significa que te han izado la bandera extraños y enemigos, porque no hemos tenido a los «arqueros emocionales» con sus flechas vigilando los peligros. Cada uno tiene que estar dominando su fortaleza, y oteando desde su «torre del homenaje» su propia muralla. No será un libro de autoayuda, que es un concepto que me parece terrorífico. No existe la autoayuda, simplemente porque siempre tiene que haber un diálogo y para eso se necesita un mínimo de dos. Creo de verdad que es así, porque si no interiorizar las pautas es muy difícil.
-Desde luego, se ve que lo vive con apasionamiento.
-Sí, sí, es que estoy absolutamente convencida. El filósofo nunca puede perder la ilusión. Recuerdo a un profesor que me dijo en primero de carrera, «Nínive, no hay que ser una chispa, hay que ser una llama», porque la chispa explota y se acaba, mientras que la llama va optimizando sus fuerzas. Procuro ser racional porque lo que yo quiero es ser corredora de fondo. Ojo, sin domarme. Siempre diciendo lo que pienso.

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