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jueves 28, marzo 2024

Javier Bauluz, fotoperiodista. Refugiados: crónica de la vergüenza

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Se ha dicho que la brutal crisis de refugiados que están llegando a nuestras fronteras es la vergüenza de Europa, y estamos tristemente acostumbrados a que Javier Bauluz sea uno de los que nos muestran esas vergüenzas de frente. Sarajevo, Ruanda, las costas de Ceuta o el drama de los deshaucios en España son algunos de los temas sobre los que ha enfocado su cámara, para dar luz en las zonas más oscuras del ser humano. Ahora, a través de distintas exposiciones, comienza a mostrar el material que ha traído después de recorrer las distintas vías de entrada a Europa, junto a quienes escapan de la violencia en sus países.

-¿En qué momento entró en contacto con el problema de los refugiados?

-Patricia (Simón) y yo estábamos invitados en un festival de documentales en Kosovo, y me enteré de que pasaba algo en una estación de Macedonia, en la frontera con Grecia, así que decidimos ir a ver qué estaba pasando. Llegamos allí y nos encontramos con más de mil personas diarias que llegaban por las vías: niños, abuelos, sillas de ruedas… estaban allí tirados como animales, maltratados por la policía, estafados por gente que les vendía agua a euro y medio cuando cuesta veinte céntimos, sin ningún tipo de atención, intentando meterse en unos trenes que no sé de qué año eran pero parecían de los nazis.
Nos pareció brutal e hicimos una historia, que fue de las primeras que salieron aquí en España. Luego Patricia volvió a Asturias y en diez días se organizó una red de familias de acogida, con mil cuatrocientas familias dispuestas a ayudar. Y yo decidí hacer el camino entero, me fui a la isla griega de Kos y allí estuve todos los días yendo a la playa esperando el amanecer, que era cuando empezaban a llegar las barcas llenas de gente.

«Los que hemos sido testigos del discurso del odio y sus consecuencias, sabemos lo peligroso que es quitarle la humanidad al otro»

-¿Cómo fue todo ese recorrido?
-Me fui a Kos y luego volví a la frontera de Idomeini con Macedonia. Desde allí viajé con los refugiados en uno de esos trenes: íbamos hacinados, con un calor insoportable, sin un hueco donde moverte. Luego crucé caminando la frontera con Serbia y también fui a Hungría, Austria y Alemania. Cinco semanas, entre agosto y septiembre, con una mochila en la que llevaba dos latas de sardinas que compré en Grecia para una emergencia -al final me acabé comiendo una- y conviviendo con distintas familias y grupos, viendo cómo era su viaje y cómo se les trataba.
-Desde entonces está yendo y viniendo desde Asturias.
-En octubre del año pasado volví a Lesbos, unos veinte días. Delante de mi cámara desembarcaban unos veinte botes diarios, y me tocó ir buscando los muertos de uno de los naufragios por las playas, encontrarme bebés devueltos por el mar… el año pasado en el Egeo murieron más de cuatro mil personas en estas circunstancias. Lo único que había allí eran voluntarios internacionales, la mayoría del norte de Europa, que venían pagándose sus propios gastos para dar la bienvenida y ayudar a la gente en el desembarco, calentarlos y darles algo de comer, especialmente a los críos que llegaban helados. También había dos socorristas españoles de Proactiva Open Arms que fueron en septiembre y se quedaron porque había muchísimo trabajo que hacer, sacando a la gente de los naufragios.
-También estuvo retenido en Macedonia, junto a seis periodistas españoles.
-En febrero volví a Idomeini, cuando se estaba empezando con el tema del cierre de la frontera. Los macedonios habían puesto una valla y se juntaron más de doce mil personas, cuatro mil de ellas niños, viviendo en el barro en condiciones infrahumanas. En un momento determinado unas dos mil personas decicieron intentar cruzar, atravesar montañas y ríos para encontrar un paso donde la valla no estuviera. Y ahí nos detuvieron a todos: a unos dos mil refugiados, más ochenta periodistas y voluntarios internacionales.
-¿Cómo fue la experiencia?
-En un primer momento fue todo muy tenso, con los soldados nerviosos, con los fusiles, supongo que les habían dicho que les invadían los musulmanes o cualquiera de esas cosas que se dicen. A nosotros nos separaron de los refugiados, y cuando me bajo del furgón policial me doy cuenta de que estoy en la misma comisaría donde nos detuvieron a Patricia y a mí en agosto, en realidad era la cuarta vez que me detenían en esa zona. Bueno, pasamos un poco de miedo, pero sabíamos que a ochenta voluntarios y periodistas, la mayoría europeos, no nos iba a pasar nada grave. Nos expulsaron del país oficialmente, nos pusieron una multa de doscientos sesenta euros y nos prohibieron entrar al país en seis meses. En cambio los refugiados, como siempre, son los que peor parados salieron. Les golpearon, les dejaron toda la noche al raso con frío y humedad, y al final los macedonios terminaron abriendo un agujero en su propia valla y metiendo a la gente otra vez en Grecia. O sea, una deportación ilegal en toda regla. Una más.

«Llevo veinte años trabajando en temas de inmigración, y tengo claro que cada vez que cerramos una ruta lo único que se provoca es más muertos y más sufrimiento»

-«Buscando refugio para mis hijos» es una exposición sobre los refugiados que se ha visto en el Centro Niemeyer. También en el marco de los Encuentros de Fotoperiodismo de Gijón se combinaron fotos actuales con imágenes de la guerra civil española. ¿Qué se buscaba con estos dos trabajos?
-En el caso de «Buscando refugio para mis hijos», lo que se vio en el Niemeyer es una versión más reducida de un trabajo más amplio que hice para Univisión Noticias. El objetivo es ponerte en el lugar del otro. Son una serie de fotografías que intentan que quien las vea haga el viaje con ellos, a través de lo que ven y lo que pasa, de los sentimientos y las emociones. Y sobre todo convertirlos en personas, no en esa masa de seres anónimos que te muestran en televisión. Para ello me centré en las familias: madres, padres, hijos, que son la mayoría de los que hacen estas rutas.
En el otro caso, usando fotografías de refugiados de la guerra civil española, buscamos de nuevo la empatía: fuimos refugiados, ahora lo son ellos y no sabemos si nos puede tocar otra vez. Los que hemos sido testigos del discurso del odio y sus consecuencias, como en Bosnia o en Ruanda, sabemos lo peligroso que es quitarle la humanidad al otro: «cucarachizarlo» para que ya no haya ningún problema en matarlo. Yo creo que hay dos fuerzas que están peleando, y en esta pelea se está jugando el futuro de Europa: la empatía y la xenofobia. Por desgracia, veo que la xenofobia está ganando terreno, en los últimos meses a unos niveles que me asustan.

Exposición en el Centro Niemeyer (Avilés)
Exposición en el Centro Niemeyer (Avilés) /Foto: Fusión Asturias

-¿Se está usando el miedo para poner a la opinión pública en contra de los refugiados?
-Y no es de los peores casos, porque en este tema ha habido más información que en otras ocasiones. Al principio surgió una ola de empatía en toda Europa, que frenó a los gobiernos de reprimir y cortar el paso. Pero luego empezaron a salir supuestos asaltos sexuales en Polonia, o el atentando de Francia, y los medios volvieron al discurso de criminalización: son terroristas, nos invaden… Y ahí es cuando se permiten el lujo de cerrar fronteras, de hacer ese «maravilloso» acuerdo con Turquía, a donde se está devolviendo a los pocos que cruzan por las islas griegas con la excusa de que es un país seguro. Cuando, aparte de que acaban de tener un golpe de estado, con esa excusa se ha creado un Estado de Emergencia con más de sesenta mil purgados.
-Uno de los argumentos para no dejar entrar a los refugiados es precisamente que es una vía de entrada al terrorismo.
-Pero es que la mayoría de los actos de estos terroristas del ISIS en Europa son por parte de gente de aquí. No son refugiados, sino gente que ha nacido aquí. Así que algo habremos hecho mal los europeos en el trato, la discriminación y las humillaciones, para que sea tan fácil que prendan estas ideas.

«Hay dos fuerzas peleando, y en esta pelea se está jugando el futuro de Europa: la empatía y la xenofobia»

-La sensación general es que, de una forma u otra, Europa en general, no está dando la talla ante esta crisis. ¿Vamos hacia un cierre de fronteras?
-El problema no es sólo un cierre de fronteras, es que ese cierre de fronteras significa que vamos hacia el olvido de la declaración de derechos humanos, que es uno de los pilares básicos de la UE. Yo llevo veinte años trabajando en temas de inmigración: desde el año 96, cuando empezaron a poner la valla de Ceuta, y tengo claro que cada vez que cerramos una ruta lo único que se provoca es más muertos y más sufrimiento. Ahora la ruta de los Balcanes se ha cerrado y la gente vuelve a subirse desde Libia en barcas con mil personas, sin gasolina suficiente para llegar a ninguna parte, así que cada vez que se hunde una, mueren seiscientas u ochocientas personas. Allí está trabajando gente como Médicos Sin Fronteras o Proactiva, mientras Europa manda barcos de guerra, cuando lo que hace falta son barcos de rescate.
La única persona, la única gobernante que tuvo los ovarios de cumplir la legalidad nacional, europea e internacional fue Angela Merkel, que es una señora de derechas. Se podrá estar de acuerdo con ella o no en muchas cosas, pero hay un millón de personas que están en Alemania a salvo de la guerra. Si esto lo hubiera hecho el resto de Europa estaríamos hablando de otra cosa. Lamentablemente a la señora Merkel le han caído palos por todas partes, incluso de miembros de su propio partido, y al final se ha hecho el acuerdo con Turquía.
-A lo largo de su trayectoria ha estado en muchos escenarios de conflicto. ¿Cuál ha sido más duro?
-Muchos, por razones diferentes. Creo que Sarajevo fue una de las cosas más fuertes que vi, porque era una ciudad sitiada, bombardeada diariamente, con francotiradores disparando a niños, a gente que iba a buscar agua o leña para sobrevivir en invierno; allí violaron a veinte mil mujeres, la limpieza étnica era brutal. Y todo eso aunque una parte de la izquierda española mantenía que Milosevic era un gran hombre, porque supuestamente era anti imperialista. Esto ha vuelto a pasar con al-Asad, cuando el presidente de Siria no sólo es un dictador, sino que ha asesinado al noventa por ciento de los sirios, gente a la que hemos dejado a su suerte. De ahí nace ISIS, que son los únicos que empiezan a hacer algo contra Asad, empieza a llegar financiación de distintos países y se han convertido en ese monstruo de un millón de cabezas que permite que una sola persona pueda hacer un daño terrible no sólo en vidas humanas sino en economía y seguridad.
-Cuando se ve todo lo que usted ha visto, ¿se tienen pesadillas?
-Las tuve después de Ruanda. En aquella época no se sabía lo que era el estrés postraumático, pero hoy sí, y eso fue lo que me pasó. Había una epidemia de cólera y morían más de mil personas diarias: un montón de personas que lo único que hacían era morirse delante de la cámara. Y al volver tuve pesadillas, pero curiosamente fueron con una niña de Sarajevo, que era el conflicto en el que había estado antes. Supongo que lo tenía dentro. Pero bueno, yo creo que ayuda bastante el tener la conciencia tranquila con lo que haces y por qué lo haces. Y después de cada experiencia sacarlo todo fuera, contándolo, enseñando las imágenes. Ahora no tengo pesadillas.

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