A medida que los esquemas de producción y funcionamiento de la actividad económica sufren una alteración que promete ser radical, la organización social y la estructura del poder político experimentan también cambios sustanciales; con la anomalía que representan, no obstante, las enormes dificultades de adaptación de nuestros sistemas institucionales y regulatorios, ante la incapacidad de dar respuesta a los nuevos retos que plantea la metamorfosis socioeconómica. Tanto cuesta dicha conformación a la nueva realidad y tan acusada es la superación de las reglas precedentes que la posibilidad de rupturas y situaciones traumáticas es alta, como ya sucedió, por otra parte, en las pasadas revoluciones industriales. La diferencia es que, ahora, todo va a un ritmo mucho más acelerado, las contradicciones se hacen más agudas y las consecuencias de los conflictos que provocan más imprevisibles y dramáticas.
La Cuarta Revolución Industrial comienza a ser una realidad palpable que volteará en menos tiempo de lo que pensamos muchos de los principios sobre los que fundamos nuestra forma de entender las relaciones de poder, en el ámbito socioeconómico y, condicionado por éste, en el político. La velocidad con la que la robótica, la ciberfísica, la automatización del proceso productivo, la ingeniería genética o las neurotecnologías modificarán la forma de concebir la actividad económica e incluso la manera de acceder al conocimiento o la propia interrelación de las personas entre sí y con su entorno, tendrá una repercusión enorme en aspectos críticos de las relaciones sociales y del poder político.
La Cuarta Revolución Industrial comienza a ser una realidad palpable que volteará en menos tiempo de lo que pensamos muchos de los principios sobre los que fundamos nuestra forma de entender las relaciones de poder.
La acumulación de capital exacerbada, la presumible desigualdad consiguiente, el darwinismo tecnológico, la inadaptación de cohortes enteras de población, la pérdida de peso del factor de producción trabajo, el riesgo cierto de control efectivo de las personas, etc., son peligrosas consecuencias que, si no lo impide el establecimiento de prioridades y el gobierno efectivo de la economía, pueden desplegar efectos disolventes sobre las sociedades avanzadas, hasta el punto de hacer creíble en algunos aspectos los escenarios distópicos que la literatura, el arte y el cine nos han mostrado durante años. Es evidente que las soluciones que pretendan frenar el avance tecnológico serán tan erráticas y frustrantes como las de los Ludditas, que tomaron a las máquinas por enemigos de los trabajadores en los albores de la industrialización. No es menos cierto que el empuje y alcance de los cambios venideros nos llenan de comprensible vértigo, sobre todo por el temor fundado a la deshumanización más agresiva y a que, en el plano económico, la precariedad reine de manera perpetua para una gran mayoría, cuya aportación al proceso productivo puede ser secundaria o directamente prescindible, sin alternativa posible.
El contexto político, en el que el autoritarismo y la disgregación se impone, no ayuda precisamente a encontrar esperanzas en que sepamos gobernar colectivamente este proceso de cambio radical, para obtener frutos colectivos del imparable avance tecnológico. Sin embargo, la necesidad de que la política, el poder público, recupere protagonismo y capacidad de actuación, es inaplazable. Para esa tarea la izquierda tiene, singularmente, la obligación de reinventarse para construir su propuesta sobre los valores que la han sustentado, pero actualizados al tiempo que nos toca. Precisamente, los antecedentes de la izquierda están en la Primera Revolución Industrial, en el surgimiento de los movimientos sindicales y en el cuestionamiento de la relación entre el factor trabajo y la propiedad de los medios de producción. Los esquemas organizativos, políticos e incluso morales de la izquierda provienen del impulso primigenio, con las evoluciones posteriores, singularmente la socialdemocracia, hoy en crisis, como fórmula -durante un tiempo de razonable éxito- de gobierno con resultados tangibles en el progreso de la clase trabajadora. Ahora que la Cuarta Revolución Industrial es un proceso en ciernes, que en buena medida trastocará todo con una fuerza superior a la que la máquina de vapor imprimió en el sistema productivo (y, en última instancia, en la realidad sociopolítica posterior), una nueva izquierda debe ser hija de su tiempo, superando los debates de vuelo corto y la permanente sensación de repliegue para adentrarse de lleno en las cuestiones que plantea a bocajarro este tiempo que ya despunta: desde la renta básica y la reducción del tiempo de trabajo hasta el concepto de democracia económica y su plasmación práctica, pasando por los dilemas morales que los avances científicos conllevan y la alteración total de la relación entre ciudadanos e instituciones. Todo estará en juego y recuperar la capacidad transformadora de la política es vital para que los efectos de este cambio beneficien a la mayoría social.