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viernes 29, marzo 2024

La Asturias huérfana y descreída

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Empezamos el curso político 2018-2019, que es año electoral y en triple convocatoria esta vez, porque coincidirán las municipales, autonómicas y europeas el 26 de mayo próximo. El ambiente de crispación que irradia la política nacional previsiblemente contagie el debate electoral, en una Legislatura de las Cortes Generales particularmente convulsa, que ha visto circunstancias excepcionales, desde la aplicación del artículo 155 de la Constitución Española ante el desafío independentista en Cataluña hasta la primera ocasión en que una moción de censura triunfa.

Tensión y ruido que no son sinónimo de efervescencia y activismo, sino más bien la marca de una dinámica política estatal que lleva muchos años con exceso de decibelios y desgaste. Más valdría, sin embargo, aprovechar el periodo electoral para reflexionar, dotar de consistencia y fondo a la discusión entre alternativas políticas para Ayuntamientos y Comunidades, dando espacio a los grandes debates pendientes en cada nivel local y autonómico. Y, a su vez, librar la gran batalla de la opinión pública europea, que se dirime con tintes cada vez más dramáticos entre la opción democrática de consolidar y profundizar en la integración, y, en contraposición, el refugio en los viejos estados-nación (los existentes o a los que se aspira) que proponen las corrientes populistas; dilema crucial para la supervivencia, en serio riesgo, del proyecto comunitario, y que nos afectará de manera mucho más inmediata de la que se piensa.
Las elecciones autonómicas traerán en Asturias, necesariamente, un cambio de ciclo, por la retirada del primer plano de Javier Fernández, Presidente desde 2012. En el momento de escribir estas líneas, salvo en el PSOE (con la elección de Adrián Barbón como candidato), faltan por dirimir las cabezas de cartel del resto de fuerzas políticas, aunque algunas ya se van prefigurando. La ventaja con la que parte el PSOE en estos compases iniciales, con candidato definido y en proceso de renovación de su proyecto político, mientras el resto de contendientes aún están trabajando en la cocina interna, es relevante y puede ser aprovechada, precisamente, para demostrar que el Partido que ha gobernado la Comunidad durante 8 de las 10 legislaturas autonómicas es capaz de actualizar de manera solvente discurso y equipo y ejercer un nuevo liderazgo político en Asturias, en un contexto nada fácil en el concierto autonómico. En efecto, nuestra Comunidad afronta un periodo en el que las heridas sociales y económicas de la crisis no están en absoluto curadas, aunque se haya recuperado un cierto crecimiento. Algunos problemas endémicos persisten (la insuficiente cooperación entre administraciones, la baja tasa de actividad, el desequilibrio territorial, el declive de algunos sectores tradicionales) y otros comienzan a adquirir unas dimensiones preocupantes (el envejecimiento o el despoblamiento de algunas comarcas, por ejemplo), todo ello en un contexto de incertidumbre por la reforma en ciernes de la financiación autonómica y las dudas sobre la viabilidad futura del modelo industrial asturiano (a cuenta de la transición energética). Se añade a ello el estancamiento en el desarrollo autonómico, tras el parón a las reformas estatutarias, la erosión en los consensos básicos y la enorme distorsión en el debate territorial venida de la mano de los acontecimientos de Cataluña.

Una parte de la sociedad asturiana no percibe ni un proyecto político ni un proyecto de Comunidad que les suscite cierta ilusión o, al menos, interés y curiosidad

A los efectos de la crisis económica e institucional que ha atravesado España se suman, por lo tanto, algunos problemas que presentan características propias y aportan inquietudes adicionales, algunas muy significativas. La precariedad perenne en el terreno social y económico se añade a la percepción de que afrontamos aquí nuevas reconversiones sin haber adquirido el músculo productivo necesario para encararlas con soltura. La crisis de confianza en las instituciones, a la que nadie escapa, en Asturias se ha visto además combinada con una dificultad notable para el pacto, demostrando una insuficiente cultura de la negociación y dejando situaciones indeseadas de debilidad prolongada de gobiernos autonómicos y locales, presupuestos repetidamente prorrogados, proyectos carentes del respaldo institucional y dificultades administrativas acusadas. La fatiga del proyecto autonómico se muestra, a su vez, en una relativa pérdida de interés por lo que suceda en el escenario político regional, como demuestran las cifras menguantes de participación en elecciones a la Junta General (apenas 55 % del censo electoral en 2015 y 51% en 2012, frente al 66% en 2011 y cifras superiores al 60% en toda la primera década de este siglo) y que ésta sea sensiblemente inferior en comparación con la participación del electorado asturiano en los comicios a Cortes Generales (por ejemplo, 71% en 2015 o 68% en 2016).
Detrás de este fenómeno se aprecia una pérdida de pulso político e institucional, con muchas causas. La primera de ellas las crisis citadas, pero también una cierta escasez de dinamismo político, en una sociedad que necesita también más actividad económica y social e iniciativa autóctona, aunque ejemplos virtuosos los hay (y no sólo testimoniales, por fortuna) en distintos campos. El candidato del PSOE lo ha expresado de forma plástica y con una dosis muy saludable de autocrítica, al referirse en sus intervenciones a la existencia una Asturias huérfana, llamando la atención sobre aquella parte de la sociedad que, por múltiples motivos (y en parte con razón por las experiencias vividas o por la falta de referencias) no percibe ni un proyecto político ni un proyecto de Comunidad que les suscite cierta ilusión o, al menos, interés y curiosidad.
Existe, es cierto, una Asturias descreída que ha caído en un escepticismo arraigado, arrastrada a la inacción y la apatía cuando el debate es principal o exclusivamente autonómico, por una mezcla de justa decepción y de cierta inercia, hasta cierto punto comprensible. Y urge reconectar desde la política con los sectores sociales que se han ido apartando del debate autonómico o que lo consideran sencillamente marginal. Que la principal fuerza política de Asturias así lo reconozca y lo sitúe entre sus prioridades es una buena noticia y un paso importante para recuperar el latido necesario que los problemas de esta tierra requieren.

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