El y su guitarra llenan el escenario. Se define como cantautor, cantapensador o, directamente, showman. Y son ya cuarenta años de “shows”, en los que ha desarrollado su peculiar estilo de cantar y de contar: pequeños comentarios, reflexiones entre canción y canción. Algunas de esas historias acaban de publicarse en un libro llamado Logomonos.
La etiqueta de Anís del Mono luce en su interior una caricatura de Darwin. La historia no deja claro si es para burlarse de la teoría de la evolución o como homenaje, ya que el dibujo afirma que ese anís “es el mejor. La ciencia lo dijo y yo no miento”. La anécdota es divertida, y viene a cuento, porque en la portada de Logomonos aparece tan pancho Jerónimo Granda, afirmando ser corrosivo y destilado, en una parodia del famoso logotipo: “la etiqueta es muy guapa, y en lugar de Darwin quedo yo bastante aparente”. Con semejante presentación del libro ya tenemos una pista de lo que nos vamos a encontrar dentro. Al igual que en esta entrevista, Jerónimo habla de tú a tú, con su estilo ácido y peculiar, y lo mismo consigue arrancarnos una carcajada que una profunda reflexión. O ambas cosas a la vez.
-¿La publicación de Logomonos es un paso más en tu carrera?
-Bueno, este trabajo, como todo lo que hice en esta vida, es un poco casual. Cuando trabajé en televisión fue porque me llamó un amigo que tenía un programa, yo creí que era para cantar y resultó que era para decir esas cosas que yo contaba en el escenario. Así que hice aquello de “La Radio Piquiñina”, que tuvo un gran éxito, yo quedé asombrado.
-A partir de ahí esos “monólogos” se convirtieron en marca de la casa, y ahora en un libro.
-Es que fue todo así. Javier Cuervo me preguntó si tenía escrito lo que decía en el escenario, y le dije que no. Son pequeños sketches en los que hablo del beisbol, de la propiedad, del bable, de la biblia, de la cocina de carbón… cosas que he ido diciendo en los escenarios entre canción y canción y que han ido quedando; igual que canto La Mina de La Camocha, las Coplas de Carnaval o el Xilguerín Parleru, la gente me los va pidiendo. Pero dije: ¿cómo voy a escribir yo un libro, quién me lo va a publicar? Y además no es lo mismo hablar que escribir, hablando la voz juega un papel importante, el tono, los gestos, la cara que pones, pero el lector se enfrenta con una hoja y unos símbolos en blanco y negro. La juerga de pasar al papel estos dichos me llevó dos años y pico, porque me di cuenta de que no se puede escribir tal cual lo dices, y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para pretender que el que lo leyera me estuviese viendo. Me metí en un arrozal, vamos. Hablé con los de KRK, les mandé un borrador, lo leyeron y se publicó en diciembre. Por lo visto está muy bien, tanto que se agotó la primera edición. Ellos están encantados y yo también.
“Pasar al papel estos dichos me llevó dos años y pico, porque tuve que hacer un esfuerzo para pretender que el que lo leyera me estuviese viendo”
-¿Qué ha cambiado entre el Jerónimo que empezó a tocar en los sesenta y el actual?
-Pues yo creo que lo que cambia todo el mundo. Cuando la gente es joven está con una idea: al que le guste la arquitectura, diseñar, al que le gusta el dibujo, dibujar, etc. Pero luego te enfrentas a una economía de mercado, y hacia los cuarenta años el hombre tiene que asentarse económicamente de alguna manera: tener un piso o alquilarlo, tener una familia o no, lo que sea, pero tener un “modus vivendi” más o menos estable. Y entre los cincuenta y los sesenta, como es mi caso, que ya tengo sesenta y cinco, el hombre se descubre. Antes yo creo que no, hasta los cincuenta el hombre está ahí de una manera espermatozoica, por decirlo biológicamente: siempre coleando hacia adelante, a ver a donde llega. Pero a los sesenta yo tuve la impresión de llegar al óvulo, a la meta. Es entonces cuando el hombre empieza a pensar en las preguntas clásicas: ¿quién soy, de dónde vengo, a dónde voy? Y eso está sin resolver, no lo resolvió Platón, ni Kant, ni la gente que se dedicó a pensar de cojones sobre eso, así que yo tampoco lo pretendo. Pero sí es cierto que se ve uno menos activo físicamente y más mentalmente. Durante años me dediqué a tirar para adelante con mis canciones, y ahora me paro más a reflexionar. Lo que no quiere decir que a lo mejor mañana no arranque otra vez, pero creo que no.
-¿Corren malos tiempos para la música, como dicen?
-Son malos tiempos económicos, hay menos sitios donde cantar, menos empresarios de la música; pero una cosa es que vendas o que puedas vivir de esto, y otra cosa es la música en sí. Yo creo que sí es un buen momento, la gente joven estudia música, va al conservatorio, y cuando cogen una guitarra, un piano, un violín, ya han ido a clase y tienen sus conocimientos técnicos, cosa que a mí no me pasó, yo tuve que aprender solo.
“Las preguntas clásicas -¿quién soy, de dónde vengo, a dónde voy?- no las resolvieron ni Platón, ni Kant, ni la gente que se dedicó a pensar sobre eso, así que yo tampoco lo pretendo”
-¿Te consideras un superviviente de una generación de cantautores?
-Creo que sí, porque en Asturias hay muy poca gente como yo, que se dedique a cantar exclusivamente con una guitarra y que haya vivido de esto durante cuarenta años, sobran dedos en la mano para contar. Por eso me siento un poco extraterrestre y también superviviente, porque conocí a muchos músicos buenos que se fueron al funcionariado, otros a la enseñanza, otros a trabajar en otros asuntos; y yo estoy asombrado de haber seguido machaconamente en lo mío, en lo que me gusta, que es cantar.
-Se te tilda de provocador, de “políticamente incorrecto”. ¿Cuánto hay de real en esta imagen?
-Aquí hay dos componentes. Uno es el personal, que es inevitable, porque toda persona al final manifiesta lo que siente. Y luego está el “modus operandi” del escenario, el teatro, la ejecución. Cuando lees una novela, se ponga como se ponga el novelista, y aunque diga “no, esto es una novela de creación” yo siempre veo que me está contando su vida, lo que pasa es que la camufla, la pinta muy bien, busca sustitutos a su persona y pone sus pensamientos en boca de otros. A mí me pasa lo mismo. Por ejemplo, en el escenario tengo fama de anticlerical y no creo que lo sea, lo que pasa es que soy analítico y me gusta que el idioma sea exacto. Y el clero tiene un idioma que luego no coincide con la praxis.
Me es igual que sea el clero, que sea la monarquía, que sean los empresarios, el gobierno, la moda, una amiga mía, una calle que está bien o mal hecha… Si está bien hecha no tengo inconveniente en reconocerlo, pero si es estrecha y no caben los coches que no me vengan diciendo que está bien diseñada. Escuchar eso ofende al sistema, no sé por qué, cuando el sistema tenía que escuchar a todo el mundo, e intentar aprovechar de todo lo que pensamos los demás para hacer bien las cosas. Pero no, parece que pueden más los intereses económicos o circunstanciales para que la cosa quede bien hecha. Y además los políticos tienen la habilidad de decir “estamos haciendo, vamos a construir”. Por ejemplo: “es que vamos a poner el AVE”. No: el AVE lo van a poner unos paisanos que van a trabajar ocho horas como cabrones, vosotros no vais a poner una traviesa. Vosotros vais a administrar la economía para hacerlo y aún tenéis la desfachatez de decir que es obra vuestra, cuando siempre cedéis a intereses que no son comunes. Yo cuando leo estas cosas, choco, y es cuando puedo hacer un chiste o una ironía.
“El humor juega un papel importante, porque si las cosas se dicen muy en serio pueden asustar”
-¿La ironía es tu manera de contar verdades?
-No, no, yo no digo verdades. Yo digo lo que siento, que es distinto. Yo puedo estar convencido de algo y estar equivocadísimo, pero eso no lo sé; bastante hago con decir lo que siento y ser honrado. Con eso ya me conformo, si estoy equivocado mala suerte, que venga alguien a decírmelo y nos pondremos de acuerdo.
Pero sí es cierto que el humor juega un papel importante, porque si las cosas se dicen muy en serio pueden asustar. La seriedad está bien para cosas serias: un juez no puede dictar sentencia contando chistes. Pero en nuestro caso, los artistas tenemos una especie de bula que ya viene de los bufones, que eran los únicos que podían insultar al rey. Bien es cierto que le podían dar una patada cuando quisieran, pero el bufón era una vía de escape porque los poderosos también necesitan que les digan cuándo están haciendo mal las cosas, y además les viene bien para intentar corregirlas. Con la risa surge la distensión, se crea un campo mental distinto y se entra en un circuito en el que puedes escuchar cosas duras que te dan que cavilar, o no.
-¿Tienes algún proyecto musical entre manos?
-Ya ves que los proyectos al final me encuentran a mí, es una cosa terrorífica. Me encantaría decir que estoy preparando algo concreto, pero si te soy sincero, no. Hombre, siempre estoy pensando canciones, siempre tengo el próximo disco en la cabeza, pero es que a mí me lleva muchísimo tiempo. Yo entre disco y disco echo años, eso de hacer un disco porque sí, no me va. Y ahora estoy maquinando uno, pero no te puedo decir “va sobre esto”. Los genios tienen la facultad de decir “voy a hacer una cosa sobre tal”, se ponen y lo hacen, porque son unos fenómenos, pero yo no me veo en la situación y me da un poco de reparo hablar del tema.