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lunes 25, noviembre 2024

Nel Amaro volvería a quemar el D.N.I.

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Corría el año 2003 y mientras Aznar se empeñaba en sacarnos del rincón de la historia comprometiendo el apoyo de España a la intervención armada en Iraq, un grupo de estudiantes de la Universidad asturiana organizamos, entre la miríada de actos contra la guerra en aquellos días de efervescencia, un acto callejero de protesta frente al Ayuntamiento de Oviedo (cuya mayoría corporativa se negaba a rechazar el conflicto) en el que invitamos a Nel Amaro. Su acción terminó, bajo la observación curiosa de los policías locales y una veintena de viandantes, clamando contra el oprobio de que en el supuesto beneficio de España –lo que quiera que tal sofisma representa- se apoyase semejante canallada (y estupidez, como el tiempo demostró con creces). Para demostrar la vergüenza sentida, qué mejor que quemar el DNI, lo que acto seguido llevó a cabo. No una fotocopia a color ni una imitación creada al efecto. Sino el propio DNI, sacado de su bolsillo y entregado -supongo que por decisión tomada sobre la marcha- a la pequeña fogata en la que se quemaban fotos del trío de las Azores. El deseo de la apatridia era recurrente en Nel Amaro, es cierto; pero cuando menos destruir el DNI le genera a uno un incordio por la tramitación burocrática que viene después.

Nel Amaro alguna habría montado para denunciar como abunda la indiferencia e incluso las alucinantes justificaciones mientras ya van quince cuerpos de inmigrantes localizados tras intentar alcanzar las playas de Ceuta y morir ahogados, repelidos por disparos de fogueo y de pelotas de goma.

Todos echamos de menos a Nel Amaro y más en estos días en el que la actualidad le daría, desgraciadamente, buen material. Como a todos los que lo vimos en acción, nos resulta difícil olvidarle y no sonreír cuando evocamos cualquiera de sus performances. Me he acordado de él porque alguna habría montado para denunciar como abunda la indiferencia e incluso las alucinantes justificaciones mientras ya van quince cuerpos de inmigrantes localizados tras intentar alcanzar las playas de Ceuta y morir ahogados, repelidos por disparos de fogueo y de pelotas de goma. A buen seguro que habría tenido que pasar por la oficina de expedición del DNI para hacerse otro nuevo, porque sacarlo de la cartera y quemarlo, por vergüenza y espanto, es un gesto político, o al menos un alivio, que tiene sentido y razón, si el Estado que dice ampararte y te documenta maneja entre sus formas de proceder que las autoridades encargadas de hacer cumplir la ley la contravengan (devoluciones en caliente incluidas) y desprecien la vida ajena hasta facilitar que quince desgraciados la pierdan a unos metros de la orilla. Sin que haya destituciones; con una contestación social más bien escasa (me temo que todos estamos en el sálvese quien pueda); prácticamente sin muestras oficiales de condolencia (por muy hipócritas que resultasen); admitiendo como parte del paisaje que el responsable de la Guardia Civil amenace abiertamente a quien critica la insoportable inhumanidad; tragando con explicaciones a medio camino entre la falsedad (hubieran negado el uso de material antidisturbios si no fuese inocultable) y el descaro; contemplando la estrategia, quizás exitosa, de argumentar la necesidad de defender la impermeabilidad de la frontera, a cualquier precio e incluso contra las propias normas que nos hemos dado.
Todo ello en nuestro supuesto beneficio, como ciudadanos regularmente identificados.

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