Siempre lo tengo que explicar en el Barrio; procuro ocultarlo, como en la clandestinidad escondíamos el Combate de la LCR, pero no siempre lo consigo; cuando me ven con el ABC de los sábados me miran con cara de sospechoso. Me veo en la obligación de justificarme razonando que lo hago por el suplemento cultural, uno de los mejores en contenido y continente de la prensa nacional. Igual que cualquier otro medio escrito con tinta echa borrones, unas veces ideológicos, otras sintácticos y, cómo no, esas pequeñas y amenas erratas mecanográficas.
Dan lugar a anécdotas divertidas que se pueden digerir. Hay cosas difíciles de tragar, por ejemplo la barbaridad del Hotel Kaype, en la Playa de Barru, aumentado escandalosamente de volumen sin que la anterior alcaldesa de Llanes se diera cuenta de la ilegalidad; sin embargo tomamos a broma su pequeña confusión en la carta veraniega cuando ofrece Cenica de León al aceite de oliva. No se refiere a una cena breve, sino a la noble y sabrosa carne cecial leonesa.
Como no es la primera vez que el hotel es señalado en estas páginas, como además andan en temas jurídicos serios, hago constar que tengo fotos (para evitar tentaciones). Cosas de las sobremesas; según la compañía, ofrecen entretenimientos divertidos. Un ejemplo, en septiembre, calle La Fábrica, Palma de Mallorca, -que ha sido peatonalizada para alegría de chigreros y turistas y preocupación de residentes-; conocemos el restaurante hindú Jaipur, guiados por una lingüista y su marido. Nos admiramos de una carta con 170 platos, pacientemente explicados por un servicio de varones amables y pulquérrimos; mientras esperamos el aperitivo comentamos sobre la curiosidad de que escriban «indú», sin la consonante muda; hago la observación de que, al fin y al cabo, Indostán nunca la llevó, la filóloga me advierte de que en castellano e inglés sí se debe poner.
Seguimos solazándonos con el menú, en los dos sentidos; en el gastronómico, porque cada plato es una agradable sorpresa, y en el del lenguaje, porque tienen algunas expresiones brillantes; por ejemplo, el «Jaipur variado» será servido «en plato chisporroteante de calor». Yo me decido por el «Agra especial», en parte porque fue Ganador del premio cocinero del año,-no importa de qué año, el plato es extraordinario-; consiste en «pechuga de pollo troceada en dados, marinada en… y adecerado con castañas de caju y cebolla frita».
Estas pequeñas cuestiones pueden pasar desapercibidas en páginas interiores, sin embargo es necesario cuidar más el detalle en aquellas que saltan más a la vista, como el letrero del restaurante que si bien pone la «h» que Marta echaba en falta, luego nos regala tildes, para que nadie se queje, «híndú». De la misma manera, en el ABC Cultural podría haber pasado la «furia» del artículo anterior, pero en una revista que ha ganado premios de diseño resulta chocante la pifia que nos espetan en plena portada. Más que hartura, hastío del poco esmero que ponen algunos. Mi querido amigo, el cascarrabias Arturo, se encendía hablando en el XIX ante lo que él consideraba el destrozo del idioma alemán por los periodistas; en su etapa final escribió «Senilia», unos apuntes acerca de todo, en los que carga sin pelos en la pluma contra profesores de Filosofía y escribidores. No voy a pararme a referir ejemplos gramaticales, entre otras cosas porque no hablo alemán ni siquiera en la intimidad, solamente copiar alguna de sus lindezas: «La reprochada profanación de la Lengua, de la que ninguna otra nación tiene algo análogo para mostrar, parece partir en la mayoría de los casos de los periódicos políticos, -esa rama más vil de la Literatura-, para llegar de allí a las revistas literarias y, por último, a los libros». Los compañeros de profesión no rectifican, sino que copian los defectos, «Según he podido ver, no se le ofrece resistencia en ninguna parte, sino que cada cual, respondiendo a un instinto de imitación propio del ganado ovino y a una admiración acrítica de lo absurdo, se esfuerza por ser uno de sus colaboradores». Luego, -se quejaba-, el pueblo adopta como bueno aquello que ve impreso, porque no tiene suficiente sentido crítico.
Yo creo que a veces ni se fijan; no se paran a leer con calma. Si el gruñón Schopenhauer viviera ahora maldeciría a los periodistas deportivos, que, por estar más pegados a las clases populares, si se esmeraran harían un favor al idioma. Veo por ejemplo a un redactor escuchar impávido un error ajeno, fácil de corregir si lo hubiera querido. Están en un taller donde se ponen a punto las sillas de ruedas de los competidores en los Juegos Paraolímpicos de Río; el responsable es un alemán que habla un castellano muy correcto, sin embargo quien lo entrevista es incapaz de enmendarle para que deje de repetir, «Centro de reparos«. No hay reparo en explicarle que son reparaciones, lo mismo que la zuna ha convertido los entrenamientos en entrenos, o en baloncesto los equipos no ganan «por diez puntos», o sea, por una diferencia de diez puntos, sino que ganan «de diez».
Llenar un periódico deportivo diario es complicado, más complicado lo tienen en radio y televisión, que se pasan horas y horas dale que te pego a la lengua (la húmeda, por tanto con minúscula). La cantidad de errores es directamente proporcional a la duración de la jornada, así este sábado, después de narrar varios partidos, un comentarista de la SER se ríe de sí mismo porque hizo que un delantero en vez rematar con el tobillo, lo hiciera «con el bocadillo». ¿En qué estaba pensando, el hombre? No hace falta ser psicólogo. Así es que precisan de redactores que los abastezcan de material, como los de la Vuelta, exclusiva mundial de TVE, con transmisiones desde las doce de la mañana a las seis de la tarde que van recorriendo diferentes regiones. No tienen por qué saber de Geografía, Arte, Gastronomía o usos y costumbres, pero sus colaboradores deberían esmerarse un poco.
Seguramente recuerde usted cuando al Picu Urriellu fue Naranco de Bulnes, el Tarangu llevó acento final, igual que hicieron el milagro de convertir en llana (Anglirú) la muy empinada cima riosana. Este año el colega Arturo (no Schopenhauer, sino Román) encontró para su columna y nuestra sonrisa un tuit que menciona los Lagos de Cocadonga, de los cuales uno de ellos, el Ercina, es convertido en simple embalse por los colombianos, que no habrían tenido tiempo de informarse en Candas de Onís, probablemente. Perico Delgado nos lía un poco con los pozos mineros, puede que confundiendo cuencas y Carlos de Andrés tropieza con las iglesias, con Santa María del Naranco, por ejemplo. Aunque la buena, la espectacular, la guapa de verdad, que se le ha escapado al alegre columnista, es la del paso por Mieres del Camino.
Vienen a todo meter los ciclistas desde San Isidro, que no han podido pasar por Tarna porque está la carretera tan deteriorada que ni los jabalíes se atreven a circular. Cuando callejean por la villa escucho una frase que me llama la atención, pero, como siempre, pienso que será cosa mía; al día siguiente y al siguiente y al otro no veo nada en la prensa regional, pero sigue dándome vueltas el asunto, así que recurro a una persona que se maneja mejor que yo con la informática, David, el de Pepa, (la de Germán el sastre Riosa). Accedemos a la grabación de la etapa del domingo 28 de agosto; pasan los esforzados de la ruta por Teodoro Cuesta, cruce con Carreño Miranda, iglesia de San Juan, para doblar a la derecha, ante Requejo, camino de Santo Emiliano; y ¡allí está!, minuto 51’50», más o menos cuando lo de Delgado y los museos mineros; se oye: «…Aquí está, pasando por Mieres…¿eh?… junto a la catedral de San Salvador…» ¡La virgen!