‘Los políticos españoles son de mucho hablar sin decir nada’. Esta frase seguramente la habrá pensado usted un montón de veces. Lo asegura Pedro Sánchez, aparece como titular en un diario regional de gran circulación. Yo añadiría que es cierto, que la mayoría de las veces tienen discursos sin contenido, que hablan mucho y muy mal.
Mi buen amigo y gran lector de periódicos, Daniel Serrano, me hace llegar un artículo de Doña Ángeles Fernández-Ahúja en El Comercio en el que -muy en su estilo- quiere dar lecciones de política al populacho. Busca un título bien llamativo: “Neptuno devorando al hijo”; y efectivamente consigue llamar la atención. Me dan ganas de insultarla, pero al poco leo que al ex presidente valenciano, tan elegante en el vestir a costa nuestra, el nada honorable Sr. Camps, le ha descubierto un catedrático de Navarra que ha copiado la tesis doctoral. Sin respiro, hacen pública una grabación del aspirante a Emperador, el patoso Donald Trump, en la que menosprecia a las mujeres; con estos casos lo de la Señora Fdez.-Ahúja me parece una broma infantil.
Debo aclarar que el Pedro Sánchez al que me refiero es un tipo joven, vestido formalmente, aunque sin corbata, y fotogénico, pero no quien usted piensa, sino el presidente de un Club de oratoria que ha empezado a funcionar en Asturies. Necesitamos hablar mejor en público; y con más criterio, espero. Doña Ángeles Fernández-Ahúja ha hecho pública su proclama, pero por escrito, lo que disculpa menos la metedura de pata; me decía Daniel: “¡Hombre!, cuando yo era joven el que se comía a los hijos era Saturno; no sé si habrá cambiado el cuento…” Y sobre Trump informaba otra figura salida de la TVE asturiana, el amigo Franganillo, que ha pecado de demasiado cauto en su versión; para no asustar a las abuelas que ven el telediario tradujo: “Si eres famoso… puedes cogerles la vagina”. No soy muy bueno en esto de las lenguas, pero, en mi molesta opinión, la palabra inglesa “pussy” equivale en asturiano a otra un rato más rotunda.
Sí se atrevió a usar palabras directas, del lenguaje común, el portero del Sporting, molesto por un titular mal colocado. Hay que cuidar a los guardametas, tienen un trabajo muy difícil, un fallo de Buffon le costó caro a Italia, si no hubiera sido por otro error de un bufón nacional que empató el partido; ya recomendaba Gila no zaherir al guardameta, “ese portero tendrá una madre”. También la tiene el periodista, a la que el futbolero trató desconsideradamente.
Crispación e insultos hubo en la sede del PSOE, cuando echaron al otro Pedro Sánchez, y ante el Ayuntamiento de Langreo, donde los que siempre se opusieron a los desahucios decidieron sacar fuera de la casa consistorial a la Virgen del Carbayu. Menos mal que José Manuel Barreal publicó una carta de la afectada en la que explicaba que le era más propio estar en un lugar de culto que en un sitio donde nadie miraba para ella, y recomendaba a sus fieles ser fieles, o sea, seguir la doctrina y no andar generando guerras. La prensa se hizo eco de ambos sucesos; mientras que la local trató el asunto de manera objetiva, El País tomó tal partido contra Sánchez que anunció su cese antes de haberse producido. Ejemplo de periodismo profético. Su Defensora del lector tuvo que torear como una campeona para templar gaitas; entre quejas y anuncios de bajas de suscriptores, reconoció que no había podido hablar con los responsables de los artículos, y que llamar a todo un secretario general socialista “insensato sin escrúpulos” quizá no procedía.
De Freud dicen que dijo que el insulto era una forma de civilización, la primera medida del desarme, imprecar en vez de abrirle la cabeza al enemigo de un peñazo. Puede. Hoy en día, en una discusión, el insulto descalifica a quien lo lanza, es señal de que ha perdido razones, aunque, debo reconocerlo, admiro a quienes saben insultar bien. En las Cortes se han perdido los buenos oradores, han ganado la banalidad y el pataleo, que dan medida del nivel de sus señorías. Son habituales testimonios gráficos en los que se pueden ver durmiendo, leyendo los diarios, entretenidos con el teléfono, jugando con la tableta, o tocándose las narices, máxima expresión de la ociosidad maleducada.
Sí, sí tocándose las narices, que para eso andan listos los fotógrafos y de vez en cuan pillan a uno, como se puede ver en la imagen superior, el Sr. Leal, en el Parlamentín, aliviando de cargas sus fosas nasales. Debería tener en cuenta las palabras del Deuteronomio, donde Yahvé hace estrictas recomendaciones de higiene a los soldados hebreos, de tal modo que entre los aperos militares deben llevar una pequeña estaca, ¿para ofender al enemigo?, ¡no señor!, para no ofender a propio dios. Por lo que se ve, antes de Moisés los soldados hebreos hacían sus necesidades mayores por cualquier sitio, como Yahvé estaba en todas parte, en ocasiones pisaba inmundicias, cosa que a los seres eternos les resulta tan molesta como a los mortales, así que ordenó que las enterraran con el palito que debían llevar obligatoriamente en el bagaje. ¡Bastoncillos, Señor Leal! Sabe usted de una farmacia donde le harán precio.
No sólo bastoncillos, discreción y respeto, como el que me enseñaron con esta anécdota, oída hasta la saciedad en mi infancia. Había en la parroquia de San Andrés de Linares (hoy le dicen El Entrego) dos hermanos a los que faltaba un viaje a Covadonga, -en tiempos menos cuidadosos no se les llamaba discapacitados psíquicos, sino cosas más breves y rotundas-. Dieron lugar a muchos chascarrillos populares, sin que yo acierte a distinguir los reales de los inventados. Sea como fuere cuento lo que me refirieron; uno de ellos recibió un día instrucciones de su madre que no fueron de su agrado, a las que respondió iracundo: “¡Mierda pa ti!” El otro, con un mayor sentido de la autoridad materna, intervino rápidamente, le arreó un sonoro bofetón y le corrigió: “¡Sinvergonzón, eso no se diz a tu madre! ¿Qué ye eso de mierda pa ti? A tu madre se-y diz mierda pa usté”. Ante todo, respeto.