Bueno, en realidad hay muchas. Durante los años grises, la libertad de expresión se refugió en las paredes protegida por la noche clandestina, y expresábamos lo mismo ‘USA fuera de Vietnam’ que ‘Cellino readmisión’ o ‘Huelga general el 8’. Otras generaciones vinieron luego con otros lemas, y así se pudo leer en el paseo de la ribera del Nalón ‘Asturies ye nación’, que un simpático opositor transformó en ‘Asturies ye pación’. Que también, y este año que llovió en julio, más.
La mano anónima de mi barrio escribió en rojo su amor, un poco cojo de ortografía. Es preferible al concepto de libertad de expresión que tiene la vecina del segundo, cuyo desahogo es tirar el pan a las palomas, pero la pieza entera, sin trocear, que luego las pobres no pueden remontar con el alimento hacia su casa. Es tan higiénica que les lanza también el papel en que viene envuelto. Y algunos pañuelos y servilletas de papel. Esmerado servicio de hostelería animal, -y no lo digo por las palomas, las pobres-.
Ciertamente este concepto de la libertad de expresión es relativo. Por ejemplo, pintan de manera reiterada las sedes de partidos de izquierda y una jueza dice que es derecho constitucional. Un actor escribe un taco y le llevan al juzgado. El primer asunto ha dejado de ser una gracia, un concejal ha sido asesinado, a raíz de ello manos anónimas amenazan alcaldesas y rayan con un “descanse en paz” el coche de otro concejal. El segundo tampoco es broma; si el colectivo denunciante, que se titula Abogados cristianos, entra en cualquier bar del Caudal iríamos todos detenidos por blasfemos, guardias incluidos. El taco escrito (no lo repito, por si un letrado católico me leyera) lo usamos en Asturias oralmente como muletilla.
Claro que la costumbre puede desaparecer por sí misma; Don Armando Palacio Valdés escribía que los males de la juventud de su tiempo procedían de la minería y de la industria: “Las cuadrillas de mineros y operarios traídas de otros puntos se alojaban en las casas de los labradores… Agresivos, pendencieros, alborotadores… no cesaban de proferir unas blasfemias tan horrendas que los cabellos de los inocentes campesinos se erizaban de terror… Aquellos mozos antes tan parcos y sumisos se tornaron en pocos meses díscolos, derrochadores y blasfemos” (La aldea perdida. Espero que las comillas aparezcan correctamente, que andan los tiempos puñeteros en esto de las copias). Como ya no nos queda industria ni minería, convenientemente sustituidas por museos del metal y del carbón, es de suponer que ganará con ello nuestra salud espiritual.
Salvo que el Gobierno emprenda una política de reindustrialización, sería conveniente que pensara en ello en el tiempo que le quede libre entre lo de Catalunya y los debates sobre tesis doctorales. A veces me da la sensación de que al señor Sánchez se le están haciendo largas las horas. Puede que a la oposición también por el ansia de sus jóvenes líderes de ser califas en lugar del califa. Pero no solo, hace unos días Pepa Bueno y su equipo, que cubren las mañanas de la SER, se empeñaron en celebrar “los cien años de Pedro Sánchez en el Gobierno”. Ejemplo de longevidad gestora, sería.
Aunque hayamos perdido capacidad industrial, aunque bajemos en la clasificación (“ranking”, habrá leído usted en la prensa) de la renta per cápita, podemos seguir envejeciendo tranquilamente, vivimos en el Paraíso (Palacio Valdés de nuevo: “Et in Arcadia ego”). Una asociación de usuarios ha hecho público, desde Madrid, un estudio comparativo de los precios de los supermercados, los más baratos los asturianos y particularmente “dos de la cadena Alcampo, situados en Gijón y Oviedo”.
Vamos perdónalos, que son de fuera, los pubritinos. Vale Gijón, que fue el primero de la cadena francesa Auchan, pero el siguiente se instaló en los antiguos terrenos del parque de carbones de Carrocera, que se construyó para suministrar hulla a los altos hornos con un teleférico que subía por el Mayau Solís y Pénxamu hasta La Felguera de Langreo. Carrocera pertenece al término municipal de San Martín del Rey Aurelio, origen de la casi sin estrenar ministra de Sanidad; así lo pone en su currículum oficial, que podría ser más preciso, indicando como cuna la aldea de Río Cerezal, con 25 habitantes orgullosos de su María Luisa.
No sé por qué abordamos los grandes debates demográficos, hablamos de la importancia de fijar población y luego parece que nos avergonzamos de nuestros pueblos (repito, “parece”, no creo que en verdad la señora Carcedo haya querido maquillar su historial). La Sociedad de festejos de Cuturrasu llegó a tener fama regional, hasta los de Peón vinieron a aprender de ella. Se pasaban el año trabajando por las fiestas, contrataron a Georgie Dann, a Manolo Escobar… fueron unos años prodigiosos, trajeron oportunamente a La Década Prodigiosa, un grupo que hacía versiones. Sus componentes fueron entrevistados en Radio Nacional y manifestaron que actuaban en ¡Sama de Langreo!, no les sonaba bien eso de Cuturrasu. La cosa fue a peor cuando se enteraron de que era una aldea en un monte, amagaron con no actuar. Una oportuna visita de gente fornida por el trabajo en la mina, en el metal y con el ganado, les convenció de que era mejor cumplir con el contrato. (Creo que se me entiende)
Cerramos con otra pintada. A simple vista puede parecer enigmática, y para mí ciertamente lo fue durante unos días hasta que me fijé en el ritmo. Se trata -seguramente su mente ágil ya lo ha adivinado-, de que un anónimo y sin duda joven artista ha querido rendir público, aunque modesto, homenaje a la gloriosa letra del himno nacional español. Los antiguos ponían en piedra las leyes imperecederas, de ahí el término “frase lapidaria”. El sencillo autor, con menos medios, ha plasmado para común remembranza esos inmarcesibles versos, envidia del mundo, gloria de nuestras letras, espejo de unidad nacional, dignos ser conocidos por los siglos, que empiezan “Lolo/lolo/lololololololo/lolololo/ló…” y que no puedo continuar porque me ponen un no sé qué en la garganta. ¿Quién dijo que en las Cuencas no había patriotas?